sábado, 30 de noviembre de 2013

ESCAPE FRUSTRADO


Esa madrugada, Rogelio, alias “El Kiko”, de un tenebroso y angosto túnel perforado en la tierra, emergió de súbito a la superficie de un terreno boscoso y un tanto anegadizo tras la fuerte lluvia caída.
“¡Estoy libre!”, se dijo a sí mismo, mientras sacudía porciones de tierra arenosa de su vestimenta.
En ese instante sintió una brisa helada y escuchó el batir de las ramas de los árboles cercanos. Lentamente alzó su vista y lo que sus ojos vieron, lo dejó petrificado en el sitio.
Como a 20 metros de donde él se encontraba, flotaba la imagen de una mujer envuelta en una sábana blanca. Su pelo oscuro devorado por la noche, le caía cual cascada en sus hombros, contrastando con su pálida tez. Detrás de ella parecía haber un remolino de viento que torcía las ramas de los árboles y, ni siquiera, se escuchaban los grillos nocturnales y el habitual croar de las ranas. Era un silencio sepulcral que producía un pánico inmenso en “El Kiko”, terror que se intensificaba por la gélida mirada del raro espectro sobre el despavorido hombre, quien por ello, decide renunciar a su intento de fuga y devolverse por el estrecho túnel que había cavado cinco meses atrás.
De nuevo en su celda, tapa presurosamente el agujero abierto en el piso cerca de la poceta y se sienta, aún temblando, en la cama. Toma una biblia del suelo y la abre aleatoriamente. Decide leer parte de su contenido, y entre fumadas de tabaco y ataques de una incesante tos, le sorprende el amanecer haciendo conjeturas de lo sucedido.
Pasaron seis meses, cuando “El Kiko” recibe una carta de su mujer, quien reside en Cumaná: “Querido Rogelio, me alegra mucho que hayas decidido no escapar de la cárcel en Maturín. Por aquí estamos bien, pues decidí mandar a los niños a vivir con tu tía Dolores. Además, di a luz a quien la gente llama un bebé de probeta. ¿Será porque “probé con tantos” que no sé quién es el padre? Te cuento que hace tiempo terminé el curso de magia y me gradué con todos los honores. Pero también te digo que decidí irme a vivir con tu pana “El Tuerto”, por eso agarramos el botín que ustedes robaron al banco y nos vamos para Miami. Nota: ¡No vas a creer la cara de loco asustado que pusiste esa noche cuando hice mi truco de la mujer flotando! Quería darte una sorpresiva bienvenida a la libertad, pero tú, inexplicablemente, decidiste volver a la cárcel. Concluí que no querías estar conmigo, así que te deseo una larga reclusión. Lamentarás, al volver intentar escapar, que yo no esté allí para apoyarte. Chao amor”.

Crónicas Urbanas. Andrés Eloy Ravelo Nota del autor: Los lugares, personajes y situaciones relatadas aquí, tienen un carácter hipotético. En ningún caso deben ser interpretadas, literalmente, como hechos de una realidad específica.

sábado, 16 de noviembre de 2013

EL PESO DE LA ORACIÓN


Tomás estaba entusiasmado frente a su bodega lanzando al aire sus cohetes y demás fuegos pirotécnicos, para así sumarse a la celebración de las fiestas patronales de Jusepín, su pueblo natal situado al noreste del estado Monagas. Las festividades se iniciaron en la mañana con una misa de acción de gracias, a la que el pequeño comerciante acudió, rezó, comulgó y reservadamente, dio un pequeñísimo aporte al momento de la recolección de ofrendas al Señor.

Una vez dentro de su negocio y detrás del mostrador en amena charla con uno de los adinerados del poblado, Tomás tuvo la visita de una mujer pobremente vestida, con un rostro mezclado entre tristeza, dolor, angustia y hambre, quien con humildad y previamente explicando que su marido estaba muy enfermo, que al conuco le cayó una peste y que sus siete hijos morían de hambre ante la falta de alimentos, preguntó si podía llevarse algunos víveres a crédito.

-¡Está loca!, no puedo darle las cosas así, pues usted no tiene crédito en esta bodega, así que le pido que salga de mi negocio-, exclamó Tomás.

-¡Por favor señor, se lo pagaré tan pronto como pueda!-, responde la humilde mujer.

El cliente adinerado intervino a favor de la señora, y le dijo a Tomás que le diera las cosas que la mujer necesitaba, que él pagaría la cuenta. Un poco malhumorado y con recelo, Tomás preguntó a la mujer si tenía una lista de compras, a lo que ella respondió afirmativamente.

-Bueno, ponga su lista en esta balanza y lo que pese se lo daré en alimentos-, argumentó Tomás.

La mujer titubeó por un momento y cabizbaja, buscó en su cartera un pedazo de papel, escribió algo en él, lo dobló y triste aún, lo puso en la balanza. Tomás y el cliente quedaron pasmados del asombro, cuando el plato de la balanza donde estaba el papel bajó bruscamente y se quedó así. El cliente se alegró cuando Tomás comenzó a poner comestibles en el otro plato de la balanza, que por más alimentos que agregará el comerciante, no consiguió alzar la lista depositada en la balanza, por lo que Tomás agarró el pedazo de papel y lo miró con mucho más asombro al leer la supuesta lista de compra convertida en una oración: “¡Querido Señor, tú conoces mis necesidades. Voy a dejar esto en tus manos!”.

Una vez haber salido la humilde mujer con los comestibles, Tomás quedó pensativo, recordando su mañanera incursión en la iglesia del pueblo, hasta el momento cuando el cliente murmuró:
“Ahora sabemosTomás, cuánto pesa una oración”.

Crónicas Urbanas. Andrés Eloy Ravelo Nota del autor: Los lugares, personajes y situaciones relatadas aquí, tienen un carácter hipotético. En ningún caso deben ser interpretadas, literalmente, como hechos de una realidad específica.

domingo, 27 de octubre de 2013

RAYADO PEATONAL


Doña Lucía ya lo había pensado hace algunas semanas. Y la ocasión se le presenta propicia al ausentarse su nieta, por lo que decide incursionar, ella sola, en las céntricas calles de Maturín, las cuales no pisaba hace meses al estar aferrada a su pequeña bodega del barrio.
A sus 79 años mantenía ese espíritu de lucha que le había servido para superar muchas crisis familiares. Es cierto que sus piernas no respondían adecuadamente, tras el intento de derrame cerebral padecido el pasado año, por lo que solía caminar lento y con mucha prudencia ante el temor de caerse. Pero también era verdadero su empeño por cruzar alguna de las avenidas del centro de la ciudad, sin que su nieta Rocío estuviera allí para ayudarla. Hoy lunes quiso que fuera así.
Como pudo llegó hasta el semáforo del cruce de las avenidas Juncal y Bolívar, y se sintió inmersa en el bullicio de la muchedumbre que suele transitar a esa hora.
“¡Cónchale…, hay mucha gente en la calle!”, pensó y una ola de temores la invadió.
“Esta avenida es muy ancha. Tendré que apurarme. Ummm..., si lo hago seguro caeré al suelo y sería un fracaso si vuelvo a casa sin cruzar apenas esta avenida del centro. ¿Pero qué hago?”.
Delante de ella, el rayado reservado a los peatones semejaba un gigantesco teclado de un piano en el cual, cada sector de la ciudad, pisa la tecla que más le conviene. El semáforo del verde al rojo: oleadas de piernas que se vuelcan a la conquista de la acera opuesta. El semáforo del rojo al verde: vehículos que se precipitan como bólidos sin prestar atención a los peatones rezagados. Semáforo todavía en amarillo: lucha de poderes por el control del paso entre personas y autos.
Doña Lucía consideraba muy rápido ese movimiento citadino, por lo que se moría de preocupación.
-¡Dios....qué estas piernas no me fallen ahora!-, pide al Santísimo todavía parada en el mismo lugar. Su aventura por conquistar las calles del centro de Maturín, había encontrado un obstáculo en su pánico por caerse. Y el tiempo, por segundos, pareció detenerse en seco, como si a ninguno le importara su suplicio al borde de la acera.
-¡Doñita..!, ¿le ayudo a cruzar la calle?-, se ofreció un señor de avanzada edad.
-¿Está loco?..., usted viejo, yo también, ¿cómo cree que logremos atravesar la avenida? ¡Ah no, señor, déjeme aquí parada que pronto mi nieta Rocío notará mi ausencia y vendrá a buscarme! Así que váyase... ¡váyase...!

Crónicas Urbanas. Andrés Eloy Ravelo Nota del autor: Los lugares, personajes y situaciones relatadas aquí, tienen un carácter hipotético. En ningún caso deben ser interpretadas, literalmente, como hechos de una realidad específica.


domingo, 15 de septiembre de 2013

¡SÍ VIDA, CÓMPRALO!

Era mucha la gente y tal la algarabía en la venta de pescado del mercado de Anaco, que mi esposa y yo no podíamos caminar juntos, ni escucharnos al hablar. Ella (la que se casó en contra de mí), a quien catalogo de “compradora compulsiva de alimentos”, tenía apartado en el bolsillo derecho de su jean una pequeña parte de dinero para la compra de víveres ese día y en el izquierdo, una suma mayor para el pago del alquiler de la casa, de la luz, el teléfono, el cable y los numeritos de lotería que suelo comprar a diario. Estando mi esposa frente a uno de los vendedores de pescado fresco, suponía que estaba yo a su espalda, por lo que dice en voz alta para hacerse oír: -¡Vida, este carite está buenísimo! ¿Puedo comprarlo? -¿Cuánto cuesta?-, le responde una voz como a tres metros más atrás. A mi esposa le extrañó el tono de voz nunca apreciado en mi habla. Pero no le importó mucho por estar extasiada en la compra del pescado fresco. -80 bolívares los cinco kilos nada más… -Bueno, está bien, cómpralo si tanto te gusta... -¡Ahhh, vida, en este otro puesto hay jurel y cazón! Acuérdate que por ahí viene tu compai de Cantaura y el vendedor me dijo que nos da precio de amigos, por cinco kilos que necesito para hacer el sancocho del sábado y guisar en la tarde. -¿Y cuál es el precio de amigos?, inquiere la voz desconocida. -¡Vida, son sólo 100 bolos!-, responde mi esposa, notando que el dinero en su bolsillo derecho estaba acabándose. -¡Sí, como nos sobra dinero para gastar!, pero por ese precio quiero el pescado bien limpiecito, ¿okey? Mi esposa mete su mano en el bolsillo izquierdo para acariciar el dinero del pago del alquiler de la casa. Teme a mis represalias en caso de llegar ella a gastarlo. Pero tuvo la osadía de pensar un rato y luego exclamó en voz alta sin todavía voltear a verme: -Ah, vida escúchame otra cosita..., ¡te vas a caer pa’ atrás! -¿Qué?, de nuevo pregunta la voz extraña. -El domingo antes de irse el compai, pienso sorprenderlo preparándole un gran asopado de mariscos. Aquí veo de todo: camarones, mejillones, calamares, pulpos, cangrejos pequeños, langostinos y otros moluscos que no conozco, pero igual me los llevo. Compraré diez kilos de todo eso. -¿Y cuánto te están pidiendo? -Solamente 250 bolos... ¿increíble no? -Bueno, como tengo tiempo sin probar un solo marisco, puedes comprarlos, pero paga máximo, 230 bolívares, ¿okey? -Okey vida... noto que te has vuelto muy compresivo. ¡Te quiero! -Yo también...vida-, dijo a gritos el vendedor de sardinas, quien fastidiado por no tener clientela, había estado matando el tiempo contestándole a mi esposa. Crónicas Urbanas. Andrés Eloy Ravelo Nota del autor: Los lugares, personajes y situaciones relatadas aquí, tienen un carácter hipotético. En ningún caso deben ser interpretadas, literalmente, como hechos de una realidad específica.

viernes, 6 de septiembre de 2013

EN EL VELORIO DE ANTONIO

Mi madre me obligó a ir, bajo amenazas. No quería hacerlo ese domingo cuando “Bacanos” tocaba en el Estadio Monumental de Maturín, donde días después chocarían el Monagas Sport Club y Trujillanos. Y heme aquí, agarrado de la mano por mi madre, justo al frente del ataúd donde yace el cuerpo sin vida del señor Antonio, dueño por mucho tiempo de una venta de cervezas en la población de San Vicente, y quien siendo un hombre normal, de mediana edad, murió como vivió, normalmente, sin aspavientos. Yo le temía mucho por las veces que me corrió de su casa, al ir a visitar a Ingrid, mi novia no oficial. ¿Por qué tenía que llamarse Antonio como yo? -¡Mamá, quiero cambiarme el nombre!-, le dije a mi progenitora. -¿Por qué, mijo? ¡Con lo bonito que es! -¡No me gusta, pues ese era el nombre del difunto! -Está bien, desde ahora te llamaré Toni. -¡Ni hablar!, ese nombre suena raro para un macho como yo. -Bueno te llamaré Toño. -¡Mamá!, ¿qué clase de hombre sería yo con ese nombre tan simple? -¡No se lo lleven!, ¡no se lo lleven!, gritó de improviso y por tercera vez, la esposa del fenecido Antonio, al ver entrar al velorio, a los de la funeraria, quienes venían a llevarse al cadáver rumbo al cementerio nuevo de Maturín. Intrigado, como todos los allí presentes, uno de los sepultureros, ya cansado, le dijo: -¡Bueno señora!, ¿Por qué no deja que nos llevemos el muerto? Y ella le responde: ¡Es que es la primera vez que duerme en la casa! En eso el cura, que había llegado para impartir el último adiós al fallecido, nos hace callar. Noté que a su lado estaba un importante contratista. El sacerdote, aprovechando la oportunidad y recordando que el empresario nunca había dado contribución a la parroquia eclesiástica de San Vicente, la cual estaba pasando por serios aprietos económicos, le pidió colaboración al millonario hombre: -Señor: a pesar de haber ganado mucho dinero con las obras del gobierno realizadas en este pueblo, veo que no ha dado alguna donación a la parroquia. ¿No le gustaría ayudarnos? El empresario pensó un momento y respondió: -Primero dígame... al realizar esa "investigación" tan minuciosa sobre mis bienes... ¿descubrieron acaso que mi madre está agonizando, tras una larga y dolorosa enfermedad y que el tratamiento médico, a lo largo de estos años supera todo lo que ella puede pagar? -Eh, no... -respondió apenado el párroco. -Segundo: ¿Descubrieron acaso que el esposo de mi hermana falleció vía Tucupita, en un terrible accidente vial, dejándola con tres hijos y una inmensa hipoteca? -¡Oh, no teníamos idea! -, contesta el cura ya muy incómodo. -Tercero: ¿Descubrieron que mi hermano Antonio, que aquí yace muerto, tenía el negocio alquilado, por lo que deja a su esposa y a sus seis hijos sin sustento? Totalmente avergonzado el sacerdote empezaba a esbozar una disculpa, pero el contratista lo interrumpe: -Y, si a ellos no les doy ni un bolívar, ¿por qué cree que se lo daría a ustedes?, ¿eh? Crónicas Urbanas. Andrés Eloy Ravelo Nota del autor: Los lugares, personajes y situaciones relatadas aquí, tienen un carácter hipotético. En ningún caso deben ser interpretadas, literalmente, como hechos de una realidad específica.

domingo, 4 de agosto de 2013

VIDA: ¡HICISTE FALTA!

En aquellos días de mi intensa convalecencia, mi esposa, por una semana, tuvo que viajar inesperadamente a Anaco, estado Anzoátegui. Eso me inquietó un poco, sobre todo con la rutina que cumplía yo, de las terapias de equilibrio que el médico me recetó hacer tres veces al día, producto de la repentina enfermedad isquémica que padecía, pero al final concluí que podría resolver, yo solo en casa, mi estadía. Confieso que al principio me dio temor, pero así, me armé de valor y preparé un riguroso programa de tareas para saber exactamente lo que haría con respecto a cocinarme mis comidas. ¿Por qué las mujeres hacen que el trabajo doméstico parezca tan complicado, si en realidad es mínimo el tiempo que se le debe dedicar? Pienso que todo es cuestión de organizarse. Lunes: Cené con un bistec y casabe. Para crear un ambiente agradable, puse en el mesón de la cocina un bonito mantel floreado que ella tenía desterrado en el closet principal. Luego bebí jugo de naranjas y comí lechosa de postre. ¡Ah!, no me había sentido tan a gusto en mucho tiempo atrás. Martes: Reajusté el programa, por lo cual preparé jugo de naranja para dos días, así reduje la frecuencia de lavado del exprimidor. Hacer arepas fue engorroso: por más que lo intentaba, no quedaban redondas y había muchos corotos por lavar. Decidí calentar unas salchichas junto con una sopa de pescado que me había dejado lista, lo cual representó una olla menos que lavar. No barrí todos los días como quería “Vida” (mi esposa), sino una vez a la semana. Miércoles: Empecé a creer que los quehaceres domésticos llevan más tiempo del imaginado. Y reconsideré mi estrategia. Primer paso: compré afuera la comida; así no perdía tanto tiempo cocinando. Consideré innecesario hacer la cama todos los días y menos si iba a acostarme en ella todas las noches. Jueves: ¡No más jugo de naranja! Descubrimiento: conseguí salir de la cama casi sin desarreglar las sábanas. Consideré absurdo usar un plato limpio en cada comida. Lavar los platos tan a menudo me puso nervioso. Nota: Salchichas en el almuerzo y en la cena. Viernes: Ummm…, comer las salchichas más de dos días seguidos me causó nauseas. Me di cuenta que podía tomar la sopa directamente de la olla. Sabe igual y no hace falta usar platos hondos ni cucharas. Nota: tuve que prescindir de las latas; el abrelatas se ensucia. Sábado: Sin querer dejé caer al piso unas migajas de pan canilla que compré y me autoreprendí. ¡Qué curioso!, de pronto me di cuenta que mi mujer a veces me habla así. Hoy me tocó afeitarme, pero no tuve la menor gana de hacerlo. Estaba muy nervioso. NOTA: Comí directamente de la nevera. Domingo: Me sentí débil, desanimado y con mal humor. Se me empañaba la vista. La telenovela que solía ver con mi esposa ya no me resultaba interesante. Para colmo, el hambre arreció y al ver los corotos sucios, me aterraba asomarme al fregadero. En un esfuerzo de conservación, salí, casi a rastras, en busca de un buen restaurante. Después de comer allí, me hospedé en un hotel del centro de Maturín, cuyo cuarto asignado estaba limpio y muy acogedor. Así encontré la solución perfecta para mantener la casa impecable. Me pregunté: ¿alguna vez mi esposa se le ocurrió hacer lo mismo? Crónicas Urbanas. Andrés Eloy Ravelo Nota del autor: Los lugares, personajes y situaciones relatadas aquí, tienen un carácter hipotético. En ningún caso deben ser interpretadas, literalmente, como hechos de una realidad específica.

domingo, 28 de julio de 2013

EN EL CAJERO AUTOMÁTICO

Era el último de una fila de 20 personas formada ante un cajero automático de una conocida entidad bancaria que opera en un centro comercial ubicado al sur de Maturín. Estaba mentalizado para la espera, pues me urgía tener dinero en efectivo. No habían transcurrido cinco minutos, cuando vi que una chica, toda despampanante, se acercaba a la cola de personas. Le sonreí, me correspondió con una pícara sonrisa, me dio los buenos días, por lo que en un asomo de galantería mía, la invité a que se formara delante de mí, a pesar de las miradas de protestas de algunos tarjetahabientes. La joven me miró con toda la coquetería posible, que derrochaba su ser, luego bajó y dirigió su mirada hacia su cartera estilo bolso, buscando un lápiz labial para repintarse sus carnosos labios. “¡Uf, parece que hoy toda la gente de Maturín decidió sacar dinero!”, me dijo con voz melosa y media sonreída. No me acuerdo la respuesta que le di, total no importaba, pues estaba yo todo embelesado por ella. Ambos expresamos varios comentarios intrascendentes, pero al final me contó que era maestra en una escuela de El Furrial y que con varias adivinanzas, preparaba un taller didáctico de matemáticas para sus alumnos de tercer grado. -Voy a ensayar contigo –me dijo soltándome una adivinanza: “Si hay cinco pájaros en una cerca y un cazador mata uno con una escopeta, ¿cuántos pájaros quedan? Consideré infantil la pregunta, más quise mostrarme práctico con mi respuesta: -Ninguno, porque todos vuelan asustados por el disparo”. Ella replicó: “Creo que mis alumnos no me darán esa respuesta, pero me fascina tu manera de pensar”. Pasó el tiempo y llegó el turno de la chica para utilizar el cajero automático y, fue cuando se le ocurre vaciar su bolso para buscar la tarjeta de débito, la cual introdujo dudando qué clave secreta marcar. “Clave errada”, se leía en un aviso del cajero. Con suma calma hurgó de nuevo en su bolso, tanteando cada objeto contenido allí, como si se extrañara tener demasiadas cosas en su cartera. Lentamente, insiste en revisar los números que componen la clave secreta. Luego procede a estudiar las instrucciones durante dos minutos, para después presionar “Cancelar”. Inserta la tarjeta y marca de nuevo la clave correcta y así, también comprueba el saldo. Después de un prolongado tiempo, en el que vanidosamente arregló su cabello, también la duda se apodera de ella, en el instante de seleccionar el monto a retirar, como además había olvidado los dos últimos números de su cédula de identidad. En ese preciso momento, se le ocurre retocarse el maquillaje facial nuevamente. Mientras, el tiempo transcurría inexorablemente. La voluptuosa mujer tardó tanto en terminar la operación, que la fila se duplicó, como también se colmó la paciencia de todos quienes allí aguardaban su turno de utilizar el cajero automático. Al iniciar su retirada me sonrió, lo cual aproveché para decirle una adivinanza: -Tres mujeres saborean un helado; una lo está lamiendo, la segunda lo está mordiendo y la tercera lo está chupando. ¿Quién de ellas está casada? La chica, toda colorada, titubea y luego responde: “Bueno, no estoy segura... supongo que la que lo está chupando...” -¡No, es la que tiene el anillo de matrimonio!, pero me fascina tu manera de pensar.-Respondí rápidamente, para luego olvidarme de la chica y fijar toda mi atención en el cajero automático. Crónicas Urbanas. Andrés Eloy Ravelo Nota del autor: Los lugares, personajes y situaciones relatadas aquí, tienen un carácter hipotético. En ningún caso deben ser interpretadas, literalmente, como hechos de una realidad específica.

domingo, 21 de julio de 2013

LA POBRE LUISA FERNANDA

Con el dolorcito a veces fuerte y a la vez fastidioso, esperaba la llamada de la asistente del urólogo para que el galeno atendiera mi caso de cálculo renal que año tras año me ataca. La sala de espera de la clínica donde había acudido, estaba abarrotada de pacientes. Era yo el número 15 en la lista y el hambre me anunció que de ese lugar, no saldría antes del mediodía. Me había sentado justo al frente de un gran monitor de un televisor, en el cual se veía una telenovela. Una puerta contigua a la del consultorio del especialista se abre de improviso y la alegría invadió los rostros de los pacientes, ahora impacientes, quienes aguardábamos nuestro turno de vernos con el médico. Sale una señora toda triste e intrigado yo, le pregunté: -¿Señora qué cosa le dijo su médico para que esté usted así? “Me mando hacerme una plaquita”, me dijo aún con suma tristeza. -¿Supongo que del tórax, del abdomen o de la región lumbar?, añadí a la vez preguntado y me contestó aun con melancolía: “No, mijo…de mármol. Nada más pude comentar. Después y con asombro, vi que lentamente los pacientes iban pasando al consultorio del urólogo. Una señora de avanzada edad se sentó a mi derecha, me miró con dulzura, me sonrió amablemente y al instante, fijó su atención en el televisor. “Umm…, seguro estoy de que el médico ordenará hacerme un eco abdominal, si no una urografía, es la historia de siempre”, pensé para darme ánimo. Así pasaron las horas y alrededor de la 1:05 pm., en la pantalla televisiva se deja ver un letrero y oír una voz melosa pronunciar: “La hija del jardinero…, tan real como tu historia”. ¡Caray!, ¿sufrirá también de cálculos renales?, exclamé inconscientemente y la señora sentada a mi lado me miró con desdén. La novela de factura mexicana, en el fondo seguía siendo rosa: entre la protagonista (Luisa Fernanda) y su galán (Carlos Eduardo) se interpone una villana (Jennifer), quien pasa casi todo el programa dramático haciendo maldades. En el capítulo de ese día, Luisa Fernanda está a punto de casarse con otro hombre (Alfredo), bajo la creencia de que su príncipe le había fallado. De súbito percibí un aura de molestia en la señora sentada a mi lado. Como si quisiera ella impedir la boda de Luisa Fernanda, quien ante la insistencia del cura, dudaba en dar el sí. En eso centré mi atención en la sala y noté que la asistente del urólogo apenas había llamado a seis personas delante de mí. Sentí impaciencia y de nuevo el dolorcito del riñón. Sentí también preocupación porque no había renovado mi póliza de HCM. Además dudaba de la experticia del galeno quien iba a examinar y a diagnosticar mi dolencia. “Mejor me voy para Caracas”, pensé. Pasó que la señora me traspasó su angustia. Empecé a ser parte del sufrimiento de Luisa Fernanda. “¿Nadie impedirá esa boda?, murmuró en alto la señora. Parecía que el tiempo atentaba contra la felicidad de los protagonistas. De imprevisto creí ver dos lágrimas asomándose a los ojos de la señora y justo cuando Luisa Fernanda iba dar el sí, se escuchó, en el televisor, una voz oficial decir: “El Ministerio del Poder Popular para la Comunicación e Información, pasa a transmitir un mensaje de nuestro Presidente”. ¡Uf..!, alivio. Luisa Fernanda pudo salvarse…, por ahora. Crónicas Urbanas. Andrés Eloy Ravelo Nota del autor: Los lugares, personajes y situaciones relatadas aquí, tienen un carácter hipotético. En ningún caso deben ser interpretadas, literalmente, como hechos de una realidad específica.

domingo, 14 de julio de 2013

DORMIR EN EL METRO

En aquel tiempo, buscaba yo empleo en Caracas, con la esperanza de ver luego a mi amada Zenaida, a quien no veía hace tiempo. Se me ocurrió subir al Metro vestido de saco y corbata para la entrevista de trabajo, pero me sentía un tanto somnoliento, tras pasar la noche casi en vela pensando qué diablo me iban a preguntar. En realidad, no abordé el Metro por mi propia cuenta, pues un rio de gente cual estampida de búfalos, irrumpió en la estación llevándose todo a su paso. Y aquí estoy dentro del vagón, ¡como sardinas en lata! Como cosa rara, pude hallar un asiento disponible y por arte de magia, mis párpados iniciaron un vertiginoso descenso. No obstante, mi cuerpo parecía muy sabio: al detectar el traqueteo del Metro y que me estaba durmiendo, endureció los músculos cervicales para que mi cabeza se mantuviera tiesa. Esto además de incomodo, mi hizo temer que nunca más tendría el control completo de mi cabeza. En ese momento inicié la tenaz lucha contra las ganas de dormir. “La mejor forma de dormirse es no querer hacerlo”, me dijo Zenaida un día cuando viajábamos juntos en el Metro. Pero aun así empiezo a sentir que los parpados están pesados. Una parte de mi cerebro parecía hablarme: “Duérmete que es lo mejor para ti, yo dejo en alerta al subconsciente y cuando llegue tu parada te aviso”. Mas el sentido común me aconsejaba: “No te duermas, porque toda esta gente te está mirando. Acuérdate de los ronquidos y de que te pueden hurtar el celular”. La guerra por no dormir duró de 10 a 15 segundos, en los cuales pasé de estar despierto, leyendo el periódico del sujeto sentado delante, a estar completamente dormido, aislado del exterior. Tan profundo fue el sueño, que el subconsciente encargado de despertarme cerca de la parada, se le olvidó tal cosa. Con el ojo derecho y medio cerebro sin despertar del todo, alcanzo a ver como se cierran las puertas en la estación donde debía bajarme, por lo que aun con un onírico sopor, salgo disparado del asiento, olvidándome de que sobre las piernas tenía el currículo a medio arreglar, cuyas hojas se esparcieron por los rincones más alejados del Metro. Parecieron eternos los minutos gateando entre las piernas de los pasajeros en busca de los papeles. En eso, el subconsciente consiguió despertar al resto de mi cuerpo, especialmente, al sentimiento de vergüenza que me hizo oír una risita burlona. Era Zenaida al fondo del vagón, abrazada con un tipo rubio. Me sentí tan imbécil como para saludarla y presuroso, bajé en la siguiente estación. Tres días después regresé a Maturín, sin empleo y sin Zenaida... Crónicas Urbanas. Andrés Eloy Ravelo Nota del autor: Los lugares, personajes y situaciones relatadas aquí, tienen un carácter hipotético. En ningún caso deben ser interpretadas, literalmente, como hechos de una realidad específica.

domingo, 7 de julio de 2013

HISTORIA DE AMOR Y HUMOR

Astrid se preguntaba por qué rayos su ex-novio la citó en el cementerio viejo de Maturín, a fin de reiniciar una relación de amor que ella daba por finalizada. En esos momentos se realizaba el sepelio del padre de un amigo de su otrora chico y los llantos de dolor reinaban en el ambiente esa mañana cuando, extrañamente, no llovió. -Gracias por venir Astrid. Tú siempre cumplidora con lo que prometes. -¡Ah, déjate de halagos hipócritas, César, que todavía no sé qué hago en este lugar tan fúnebre! -Te invité a venir para reiterarte mi amor. Quiero confesarte que fui un estúpido al romper nuestra relación, por eso quiero que… ¡no me vayas a decir que no!, ¡te lo pido por favor! Ambos jóvenes se apartaron de la muchedumbre que alrededor del féretro hablaba, lloraba, se tapaba del sol. Un pequeño grupo de mujeres en ese entierro, aprovechan la ocasión para criticar entre sí la manera como vestían algunas damas. El diálogo entre la pareja parecía no prosperar. Como si la historia de amor que ambos protagonizaban dependía de circunstancias extrañas a ellos para florecer. Astrid, renuente en creer las promesas de César, optó por abstraerse y ocupar su mente en leer los epitafios tallados en las lápidas de mármol de varias tumbas del viejo camposanto. En una se leía: “Aquí descansa José Julián 1929-1985, buen esposo, buen padre…mal electricista”. Al lado escribieron una leyenda de despedida de semejante contexto: “Aquí yace Josefina Mercedes Lárez Semprún. 1893-1963. Señor, recíbela con la misma alegría con la que yo te la mando. De su yerno Antonio José Benfica”. Siguieron su camino sin rumbo determinado. César insistiendo para que ella volviera a aceptarlo, Astrid bloqueándose mentalmente para no caer en la tentación de decirle que sí. La chica, en el recorrido entre los panteones y tumbas abandonadas en el cementerio, notó que los ladrones cargaron con cuanto metal había (cruces, jarrones, pasamanos, argollas, rejas, láminas de zinc entre otros). Un poco más allá, leyó otro epitafio: “Dorotea Leónidas Lara 1924-1989. Recuerdo de todos tus hijos menos Ricardo, quien nada dio para el entierro”. -¿No me está escuchando?-, insiste César muy interesado en la chica. Pero Astrid sigue horrorizada por la acción de los vándalos en el camposanto, pues tampoco veía rastro de los crisantemos y gladiolas que ella había colocado en la tumba de su abuela hace tres días. En eso voltea hacia la sepultura vecina y se detiene ante un letrero que rezaba: “Perdonemen que no me levante a recibirlos. De Alfonso José Iturbe 1928-1978” Más adelante volvió a leer otra lápida con este singular epitafio: “AL ratero quien se llevó todo lo que había aquí, no creo que devuelva la biblia que dejé abierta, pero al menos espero que la lea y la entienda, a ver si siendo más culto le hará ver esta vida de otra manera. De Eulalia, única hija de Lourdes Centeno 1914-1999. Q.E.P.D”. Crónicas Urbanas. Andrés Eloy Ravelo Nota del autor: Los lugares, personajes y situaciones relatadas aquí, tienen un carácter hipotético. En ningún caso deben ser interpretadas, literalmente, como hechos de una realidad específica.

domingo, 30 de junio de 2013

DON JUAN

El dinero amenazaba con no alcanzar para mucho pero, un tanto resignado, Juan José, con el carrito metálico casi repleto de comida, tuvo que detenerse en una de las diez hileras de personas que aguardaban, impacientes, su turno de cancelar los productos seleccionados para la compra. Ese soleado día, parecía que todos los residentes de Maturín habían ido al supermercado. “¡Ah!, mucha compra compulsiva de alimentos. ¿Será que habrá un golpe de Estado?”, se preguntó tratando de hallar una somera explicación a la gran cantidad de personas que deseaban pagar a las chicas de las cajas registradoras. Era la tarde de un domingo con un sol inclemente en Maturín. Con la resaca que le había dejado el whisky de la fiesta celebrada la noche anterior, su cerebro parecía perdido en el tiempo y en el espacio disponible en su cabeza. Como castigo, su mujer le obligó a hacer las compras del día con el poco dinero que le había quedado, tras haberlo gastado, casi todo, en la celebración. Esperando matar el tiempo, Juan José optó por fijarse en la figura de cada una de las señoras quienes, con hijos, algunas manipulando sus teléfonos celulares o con amigas o familiares, murmuraban en las colas dispuestas en el supermercado para cancelar. Elige observar a un trio de mujeres hablando entre sí. De repente una de ellas se aleja un poco para comprar un artículo del cual se acordó a última hora: ¿Qué hacen tres mujeres reunidas en un supermercado...? Se pregunta Juan José y el mismo se responde: -Se juntan dos y critican a la otra. En eso de vagar su mirada entre las féminas, nota que una rubia descomunal, toda exuberante ella, lo mira, le sonríe y lo saluda afectuosamente desde la fila contigua. “¿Me estará saludando a mí?”, se pregunta entre el desconcierto y el orgullo machista que le caracteriza. “¿De dónde diablos salió esta hermosa hembra?, siguió interrogándose. Al rato termina viéndola familiar y pavoneándose le pregunta: -¿Me conoces, nena? -Así lo creo, ¡eres el padre de uno de mis chicos!-, le respondió la rubia. Juan José se sorprendió mucho y trató de buscar una lógica explicación a tal afirmación, mas al no poder, empezó a volverse loco. A estas alturas de su vida, ya casado con tres hijos y que venga una desconocida a decirle eso…era como un balde lleno de agua fría, vertido en esa humanidad suya atormentada por el ratón etílico. De repente, le llega el recuerdo de la única noche cuando le fue infiel a su mujer. Resignado y un poco confundido, le responde a la rubia: -¡No puedo creer que seas aquella mujer quien hizo el striptease en la fiesta de Punta de Mata y... a quien subí a una mesa de billar para hacerle el amor, ante la mirada de todos mis amigos! ¡Chica fuiste el diablo!, y te confieso que jamás he conseguido mujer alguna como tú. ¡Ah..!, ¿pero nunca me dijiste que quedaste embarazada? ¿En realidad eres tú esa mujer? A lo cual ella contesta sonriente: “¡No!, soy Romelia, la profesora de inglés de tu hijo mayor. ¿No te acuerdas de mí, ni del liceo de tu hijo? Crónicas Urbanas. Andrés Eloy Ravelo Nota del autor: Los lugares, personajes y situaciones relatadas aquí, tienen un carácter hipotético. En ningún caso deben ser interpretadas, literalmente, como hechos de una realidad específica.

domingo, 23 de junio de 2013

CARNE A DOMICILIO

Me levanté temprano con el fin de buscar empleo en Maturín. Era obligado hacerlo, so pena de seguir lidiando en la carnicería de mi padre. Consideré viable impactar con los nombres de los cargos descritos en mi currículo, así que los redacté de este modo: Año 2000: “Coordinador Oficial de Movimientos Internos”, eso para referirme a la vez cuando fui portero; 2001: “Distribuidor Interno de Recursos Humanos”, cuando fui ascensorista en un edificio de Puerto La Cruz; 2002: “Especialista en Logística de Documentos”, o mensajero en la Gobernación de Monagas; 2003: “Especialista en Logística de Alimentos”, cuando fui mesonero en un hotel de Carúpano; 2004: “Distribuidor Geográfico Poblacional”, por mi trabajo como ayudante del chófer del bus que cubría la ruta La Puente-La Cruz, en Maturín y desde el 2005 a la fecha: “Coordinador Independiente de Flujo de Actividades o Free-Lance”, para decir que estoy disponible, en la vagancia. -¡Miguel, anda a llevarle el pedido a la Lolita!-, interrumpe papá. Agarro el pedido, me monto en mi bicicleta y parto rumbo a la dirección especificada. Caía una llovizna pertinaz sobre Maturín, por lo que tuve que saltar varios charcos, esquivar algunos otros para no ensuciarme. En realidad, no me gusta dejar carne a domicilio. Me da pena. La novia que tenía antes se burlaba de mí. Por eso terminamos. ¿Por qué se le ocurrió a papá la brillante idea ésta de: "Entregamos en su domicilio a la hora que lo necesite" La llovizna no cesaba. No importa, son sólo unas pocas calles. Papá dice que la “Lolita” es la querida de un militar. Tuve un poco de curiosidad. Al llegar a su casa, con recelo recuesto mi bici en la fachada. Se oye música colombiana a todo volumen. Ya adentro, distingo al fondo la adolescente silueta de la “Lolita”. Es toda carne oliendo a ron sin filtrar. Trae encima una bata muy corta que no cubre del todo su ropa interior. Sus largas piernas se apoderan de mis pupilas y no atino a ver nada más, ni siquiera puedo cerrar la boca. Comienzo a decir algo por pura intuición, creo, o sólo porque es lo único que se me ocurre. Ella me hace un guiño que presagia una entrega amorosa de ambos y justo cuando eso va a ocurrir, en el oscuro marco de la puerta de entrada, aparece la enorme figura del militar para decir: “¡Muchacho deja la carne y lárgate!”. Luego me ataja y dice: ¡Espera! No te había visto antes por aquí. ¿Vendrás siempre a traer carne? Ummm… Eso no me gusta mucho. Mis respuestas quedaron aglutinadas en el corazón, el cual latía aceleradamente. Salgo muy asustado y sin cobrar, prometiéndome no seguir repartiendo carne a domicilio. Crónicas Urbanas. Andrés Eloy Ravelo Nota del autor: Los lugares, personajes y situaciones relatadas aquí, tienen un carácter hipotético. En ningún caso deben ser interpretadas, literalmente, como hechos de una realidad específica.

miércoles, 19 de junio de 2013

UNA LLAMADA DESESPERADA

Julia tenía un año divorciada. Vivía en Temblador y pensó que ya era tiempo de acabar con la abstinencia sexual que había mantenido por respeto a sus padres. Con una sensación de libertad nunca antes sentida, vino a Maturín para descubrir nuevas emociones. Le costó mucho conseguir hospedaje en un hotel, ante la serie de reservaciones confirmadas en esos hoteles por la fanaticada del torneo internacional de fútbol, Copa América, que se disputaría en la ciudad. Una vez haberse registrado en el lobby del hotel, subió al ascensor para ir a la habitación asignada. -¡Qué patético, cómo hay fotos del comedor del hotel en este ascensor! ¿A quién se le ocurre semejante cosa? Pues tiene que ser a la mujer del dueño-, exclama ante la sorpresa del botone que la acompaña. Al estar ya sola y tirada en la cama de la habitación, decide llamar a una de esas empresas de acompañantes, de las que publican información, especialmente para hombres, en algunos diarios de Maturín. Entre los avisos encontró uno que ofrecía el servicio masculino y en especial le llamó la atención porque estaba firmado: “Furia Erótica”. Tuvo el impulso de llamar de inmediato, pero la secuela de temores generada por sus prejuicios morales la hicieron dudar. Dio varias vueltas a la habitación acabando con los caramelos de cortesía. Después de analizar con cuidado el aviso, decidió llamar… Tomó el periódico en sus manos, -que temblaban y sudaban por la expectativa-, levantó el auricular del teléfono y marcó el número que indicaba el aviso. -¡Hola!-, contestó un hombre con una sensual voz. -¡Hola!, entiendo que sabes de masajes y la verdad es que necesito que vengas a mi habitación y me des uno urgente... ¡No, espera!, en realidad lo que quiero es ¡sexo! Tengo un desespero por tener una larga sesión de sexo salvaje, ¡pero ya! Estoy hablando en serio. Deseo que dure toda la noche y estoy dispuesta a participar en variadas y atípicas posiciones..., y si eso tiene un nombre que puedas pronunciar, ¡yo quiero hacerlo! Trae toda clase de implementos, accesorios y juguetes para mantenerme despierta ¡toooda la noche...! Quiero que me inmovilices y que me llenes el cuerpo con miel, para después lamérmelo con la lengua o con lo que tú quieras. ¿Qué te parece? -Pues la verdad suena fantástico..., pero señora, para hacer llamadas externas, primero necesita marcar el nueve y esperar el tono...-, le responde uno de los recepcionista del hotel. Crónicas Urbanas. Andrés Eloy Ravelo Nota del autor: Los lugares, personajes y situaciones relatadas aquí, tienen un carácter hipotético. En ningún caso deben ser interpretadas, literalmente, como hechos de una realidad específica.

martes, 11 de junio de 2013

EL MILAGRO

Ante el desconsuelo que lo embargaba por no haber sido seleccionado para formar parte del equipo que representaría a Monagas en las competencias nacionales de salto ornamental, Alberto decide demostrarse a sí mismo que realmente estaba preparado para la ocasión. Y esa noche, de manera furtiva, el clavadista se introduce en las instalaciones de una piscina pública de Maturín, con miras a ejercitarse un poco e intentar demostrarle a su entrenador que tiene las condiciones físicas y la pericia necesaria como para merecer una medalla dorada. Momentos antes y por el camino, su mente aún reproducía las imágenes de la película de nuestro Señor Jesucristo que Adelaida, la compañera de clase por quien Alberto suspiraba, le obligó a ver en la tarde, muy a pesar de saber que él había sido criado como ateo, por lo que el chico no prestó la atención requerida al film. La brisa parecía estacionaria. No se oían los acostumbrados grillos y el olor a cloro era el acostumbrado. Las luces de la piscina estaban totalmente apagadas, mas la noche gozaba de una luna nueva, proyectando la claridad suficiente como para que Alberto se animara a ejercitarse. Presuroso, se quitó su ropa y en calzoncillos subió al trampolín más alto y antes de llegar al borde, optó por darle la espalda a la piscina. Ya al filo de la rampa y haciendo de ese momento el acto más solemne de su corta existencia, extendió sus brazos en cruz dispuesto a concentrarse en el salto. Estando en esa posición notó que su silueta se proyectaba en una pared cercana, haciendo de su sombra una representación similar a la de nuestro Redentor crucificado. Ante tan sorprendente escena y con una devoción extraña en él, Alberto decide arrodillarse para exclamar lo siguiente: “Dios, ¡por favor!, te ruego que entres a mi vida para disipar todas estas dudas que me atormentan y para que me ayudes a ser mejor persona para la sociedad, mejor hijo para mis padres, mejor amigo de todos, a ser más tolerante con mis hermanos, a tenderle la mano al prójimo y a ser un mejor deportista”. De súbito las luces se encendieron. Asustado y un tanto cegado por el estallido de luminosidad que irrumpió en la estancia, Alberto echó su mirada al vacío para ver y escuchar como un vigilante lo increpaba por estar subido en lo alto del trampolín. En eso el joven nadador pudo percatarse de que habían vaciado la piscina para hacerle mantenimiento. Crónicas Urbanas Andrés Eloy Ravelo Nota del autor: Los lugares, personajes y situaciones relatadas aquí, tienen un carácter hipotético. En ningún caso deben ser interpretadas, literalmente, como hechos de una realidad específica.

lunes, 3 de junio de 2013

¡Han cantado bingo!

Recuerdo que, por fin, mucho tiempo atrás, me había animado a entrar a un bingo, de esos “convenientemente” dispuestos en un conocido centro comercial ubicado al noreste de Maturín. También recuerdo que era un viernes al caer la noche y previamente en la mañana, había escuchado mi horóscopo en la televisión, el cual me anunciaba que esa fecha sería mi día de suerte. Andaba corto de dinero y por ello me senté en una mesa redonda a probar mi suerte astral. Al comprar uno de los cartones y tras anotar un par de veces, aprecié con estupor que cantaban números muy cercanos a los pintados en mi cartón. Los míos parecían pasar desaparecidos. “¡Línea...!”, gritó de pronto una señora entre un grupo de damas que sobresalían por dicharacheras. Eso de línea consistía en recibir un dinero extra por haber tenido la suerte de pegar cinco números en una misma hilera. ¡Bah!, un señuelo más para gente inexperta, como yo. Seguí poniendo atención al juego y hubo un momento cuando pareció que cantaban varios números contenidos en mi cartón. “¡Han cantado bingo!”, dijo de pronto una de las chicas del negocio, confiriéndole el premio a un señor que, según supe más tarde, suele ir casi todos los días a ese lugar. Pasaron seis sesiones de juego sin tener suerte. Pero tenía fe. “Estarás muy intuitivo”, anunciaba el horóscopo. Intenté probar suerte en otra mesa junto a una pareja de ancianos que jugaban muy animados. “Aquí la paciencia ayuda también a tener suerte, mijo”, me dijeron ante un comentario de desaliento que formulé. Eché un vistazo en derredor y me di cuenta que la sala de juego era inmensa. Veía a jóvenes que iban y venían vendiendo los cartones de juego, otros tantos servían comidas y bebidas. Algunos vestidos de negro fungían como personal de seguridad. “Pensamientos positivos”, otra de las expresiones formuladas en mi signo zodiacal. De pronto el centro de la palma de mi mano derecha me picaba y por ello me consideré a punto de pegar un bingo. La tensión aumentó. Me armé de valor y gasté los mil 200 bolívares que me quedaban en una serie completa. Sentí que la suerte me coqueteaba. Los números de mis cartones eran cantados una y otra vez. Un rictus alegre afloró en mi rostro. ¡Parecía increíble! En uno de mis cartones sólo faltaba el número nueve. ¡Uf..!, el corazón quería salir de mi pecho. Daba por seguro los 96 mil bolívares anunciados como premio. Y de pronto: “¡Han cantado bingo!”. El alarido de alegría de una bella joven en una mesa contigua rompió el silencio de ansiedad de todos allí y me sumergió en el más completo desencanto. En ese instante sentí rabia por haber creído en el horóscopo. Crónicas urbanas Andrés Eloy Ravelo Nota del autor: Los lugares, personajes y situaciones relatadas aquí, tienen un carácter hipotético. En ningún caso deben ser interpretadas, literalmente, como hechos de una realidad específica.