domingo, 23 de junio de 2013

CARNE A DOMICILIO

Me levanté temprano con el fin de buscar empleo en Maturín. Era obligado hacerlo, so pena de seguir lidiando en la carnicería de mi padre. Consideré viable impactar con los nombres de los cargos descritos en mi currículo, así que los redacté de este modo: Año 2000: “Coordinador Oficial de Movimientos Internos”, eso para referirme a la vez cuando fui portero; 2001: “Distribuidor Interno de Recursos Humanos”, cuando fui ascensorista en un edificio de Puerto La Cruz; 2002: “Especialista en Logística de Documentos”, o mensajero en la Gobernación de Monagas; 2003: “Especialista en Logística de Alimentos”, cuando fui mesonero en un hotel de Carúpano; 2004: “Distribuidor Geográfico Poblacional”, por mi trabajo como ayudante del chófer del bus que cubría la ruta La Puente-La Cruz, en Maturín y desde el 2005 a la fecha: “Coordinador Independiente de Flujo de Actividades o Free-Lance”, para decir que estoy disponible, en la vagancia. -¡Miguel, anda a llevarle el pedido a la Lolita!-, interrumpe papá. Agarro el pedido, me monto en mi bicicleta y parto rumbo a la dirección especificada. Caía una llovizna pertinaz sobre Maturín, por lo que tuve que saltar varios charcos, esquivar algunos otros para no ensuciarme. En realidad, no me gusta dejar carne a domicilio. Me da pena. La novia que tenía antes se burlaba de mí. Por eso terminamos. ¿Por qué se le ocurrió a papá la brillante idea ésta de: "Entregamos en su domicilio a la hora que lo necesite" La llovizna no cesaba. No importa, son sólo unas pocas calles. Papá dice que la “Lolita” es la querida de un militar. Tuve un poco de curiosidad. Al llegar a su casa, con recelo recuesto mi bici en la fachada. Se oye música colombiana a todo volumen. Ya adentro, distingo al fondo la adolescente silueta de la “Lolita”. Es toda carne oliendo a ron sin filtrar. Trae encima una bata muy corta que no cubre del todo su ropa interior. Sus largas piernas se apoderan de mis pupilas y no atino a ver nada más, ni siquiera puedo cerrar la boca. Comienzo a decir algo por pura intuición, creo, o sólo porque es lo único que se me ocurre. Ella me hace un guiño que presagia una entrega amorosa de ambos y justo cuando eso va a ocurrir, en el oscuro marco de la puerta de entrada, aparece la enorme figura del militar para decir: “¡Muchacho deja la carne y lárgate!”. Luego me ataja y dice: ¡Espera! No te había visto antes por aquí. ¿Vendrás siempre a traer carne? Ummm… Eso no me gusta mucho. Mis respuestas quedaron aglutinadas en el corazón, el cual latía aceleradamente. Salgo muy asustado y sin cobrar, prometiéndome no seguir repartiendo carne a domicilio. Crónicas Urbanas. Andrés Eloy Ravelo Nota del autor: Los lugares, personajes y situaciones relatadas aquí, tienen un carácter hipotético. En ningún caso deben ser interpretadas, literalmente, como hechos de una realidad específica.

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