sábado, 16 de noviembre de 2013

EL PESO DE LA ORACIÓN


Tomás estaba entusiasmado frente a su bodega lanzando al aire sus cohetes y demás fuegos pirotécnicos, para así sumarse a la celebración de las fiestas patronales de Jusepín, su pueblo natal situado al noreste del estado Monagas. Las festividades se iniciaron en la mañana con una misa de acción de gracias, a la que el pequeño comerciante acudió, rezó, comulgó y reservadamente, dio un pequeñísimo aporte al momento de la recolección de ofrendas al Señor.

Una vez dentro de su negocio y detrás del mostrador en amena charla con uno de los adinerados del poblado, Tomás tuvo la visita de una mujer pobremente vestida, con un rostro mezclado entre tristeza, dolor, angustia y hambre, quien con humildad y previamente explicando que su marido estaba muy enfermo, que al conuco le cayó una peste y que sus siete hijos morían de hambre ante la falta de alimentos, preguntó si podía llevarse algunos víveres a crédito.

-¡Está loca!, no puedo darle las cosas así, pues usted no tiene crédito en esta bodega, así que le pido que salga de mi negocio-, exclamó Tomás.

-¡Por favor señor, se lo pagaré tan pronto como pueda!-, responde la humilde mujer.

El cliente adinerado intervino a favor de la señora, y le dijo a Tomás que le diera las cosas que la mujer necesitaba, que él pagaría la cuenta. Un poco malhumorado y con recelo, Tomás preguntó a la mujer si tenía una lista de compras, a lo que ella respondió afirmativamente.

-Bueno, ponga su lista en esta balanza y lo que pese se lo daré en alimentos-, argumentó Tomás.

La mujer titubeó por un momento y cabizbaja, buscó en su cartera un pedazo de papel, escribió algo en él, lo dobló y triste aún, lo puso en la balanza. Tomás y el cliente quedaron pasmados del asombro, cuando el plato de la balanza donde estaba el papel bajó bruscamente y se quedó así. El cliente se alegró cuando Tomás comenzó a poner comestibles en el otro plato de la balanza, que por más alimentos que agregará el comerciante, no consiguió alzar la lista depositada en la balanza, por lo que Tomás agarró el pedazo de papel y lo miró con mucho más asombro al leer la supuesta lista de compra convertida en una oración: “¡Querido Señor, tú conoces mis necesidades. Voy a dejar esto en tus manos!”.

Una vez haber salido la humilde mujer con los comestibles, Tomás quedó pensativo, recordando su mañanera incursión en la iglesia del pueblo, hasta el momento cuando el cliente murmuró:
“Ahora sabemosTomás, cuánto pesa una oración”.

Crónicas Urbanas. Andrés Eloy Ravelo Nota del autor: Los lugares, personajes y situaciones relatadas aquí, tienen un carácter hipotético. En ningún caso deben ser interpretadas, literalmente, como hechos de una realidad específica.

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