viernes, 6 de septiembre de 2013

EN EL VELORIO DE ANTONIO

Mi madre me obligó a ir, bajo amenazas. No quería hacerlo ese domingo cuando “Bacanos” tocaba en el Estadio Monumental de Maturín, donde días después chocarían el Monagas Sport Club y Trujillanos. Y heme aquí, agarrado de la mano por mi madre, justo al frente del ataúd donde yace el cuerpo sin vida del señor Antonio, dueño por mucho tiempo de una venta de cervezas en la población de San Vicente, y quien siendo un hombre normal, de mediana edad, murió como vivió, normalmente, sin aspavientos. Yo le temía mucho por las veces que me corrió de su casa, al ir a visitar a Ingrid, mi novia no oficial. ¿Por qué tenía que llamarse Antonio como yo? -¡Mamá, quiero cambiarme el nombre!-, le dije a mi progenitora. -¿Por qué, mijo? ¡Con lo bonito que es! -¡No me gusta, pues ese era el nombre del difunto! -Está bien, desde ahora te llamaré Toni. -¡Ni hablar!, ese nombre suena raro para un macho como yo. -Bueno te llamaré Toño. -¡Mamá!, ¿qué clase de hombre sería yo con ese nombre tan simple? -¡No se lo lleven!, ¡no se lo lleven!, gritó de improviso y por tercera vez, la esposa del fenecido Antonio, al ver entrar al velorio, a los de la funeraria, quienes venían a llevarse al cadáver rumbo al cementerio nuevo de Maturín. Intrigado, como todos los allí presentes, uno de los sepultureros, ya cansado, le dijo: -¡Bueno señora!, ¿Por qué no deja que nos llevemos el muerto? Y ella le responde: ¡Es que es la primera vez que duerme en la casa! En eso el cura, que había llegado para impartir el último adiós al fallecido, nos hace callar. Noté que a su lado estaba un importante contratista. El sacerdote, aprovechando la oportunidad y recordando que el empresario nunca había dado contribución a la parroquia eclesiástica de San Vicente, la cual estaba pasando por serios aprietos económicos, le pidió colaboración al millonario hombre: -Señor: a pesar de haber ganado mucho dinero con las obras del gobierno realizadas en este pueblo, veo que no ha dado alguna donación a la parroquia. ¿No le gustaría ayudarnos? El empresario pensó un momento y respondió: -Primero dígame... al realizar esa "investigación" tan minuciosa sobre mis bienes... ¿descubrieron acaso que mi madre está agonizando, tras una larga y dolorosa enfermedad y que el tratamiento médico, a lo largo de estos años supera todo lo que ella puede pagar? -Eh, no... -respondió apenado el párroco. -Segundo: ¿Descubrieron acaso que el esposo de mi hermana falleció vía Tucupita, en un terrible accidente vial, dejándola con tres hijos y una inmensa hipoteca? -¡Oh, no teníamos idea! -, contesta el cura ya muy incómodo. -Tercero: ¿Descubrieron que mi hermano Antonio, que aquí yace muerto, tenía el negocio alquilado, por lo que deja a su esposa y a sus seis hijos sin sustento? Totalmente avergonzado el sacerdote empezaba a esbozar una disculpa, pero el contratista lo interrumpe: -Y, si a ellos no les doy ni un bolívar, ¿por qué cree que se lo daría a ustedes?, ¿eh? Crónicas Urbanas. Andrés Eloy Ravelo Nota del autor: Los lugares, personajes y situaciones relatadas aquí, tienen un carácter hipotético. En ningún caso deben ser interpretadas, literalmente, como hechos de una realidad específica.

No hay comentarios:

Publicar un comentario