martes, 11 de junio de 2013

EL MILAGRO

Ante el desconsuelo que lo embargaba por no haber sido seleccionado para formar parte del equipo que representaría a Monagas en las competencias nacionales de salto ornamental, Alberto decide demostrarse a sí mismo que realmente estaba preparado para la ocasión. Y esa noche, de manera furtiva, el clavadista se introduce en las instalaciones de una piscina pública de Maturín, con miras a ejercitarse un poco e intentar demostrarle a su entrenador que tiene las condiciones físicas y la pericia necesaria como para merecer una medalla dorada. Momentos antes y por el camino, su mente aún reproducía las imágenes de la película de nuestro Señor Jesucristo que Adelaida, la compañera de clase por quien Alberto suspiraba, le obligó a ver en la tarde, muy a pesar de saber que él había sido criado como ateo, por lo que el chico no prestó la atención requerida al film. La brisa parecía estacionaria. No se oían los acostumbrados grillos y el olor a cloro era el acostumbrado. Las luces de la piscina estaban totalmente apagadas, mas la noche gozaba de una luna nueva, proyectando la claridad suficiente como para que Alberto se animara a ejercitarse. Presuroso, se quitó su ropa y en calzoncillos subió al trampolín más alto y antes de llegar al borde, optó por darle la espalda a la piscina. Ya al filo de la rampa y haciendo de ese momento el acto más solemne de su corta existencia, extendió sus brazos en cruz dispuesto a concentrarse en el salto. Estando en esa posición notó que su silueta se proyectaba en una pared cercana, haciendo de su sombra una representación similar a la de nuestro Redentor crucificado. Ante tan sorprendente escena y con una devoción extraña en él, Alberto decide arrodillarse para exclamar lo siguiente: “Dios, ¡por favor!, te ruego que entres a mi vida para disipar todas estas dudas que me atormentan y para que me ayudes a ser mejor persona para la sociedad, mejor hijo para mis padres, mejor amigo de todos, a ser más tolerante con mis hermanos, a tenderle la mano al prójimo y a ser un mejor deportista”. De súbito las luces se encendieron. Asustado y un tanto cegado por el estallido de luminosidad que irrumpió en la estancia, Alberto echó su mirada al vacío para ver y escuchar como un vigilante lo increpaba por estar subido en lo alto del trampolín. En eso el joven nadador pudo percatarse de que habían vaciado la piscina para hacerle mantenimiento. Crónicas Urbanas Andrés Eloy Ravelo Nota del autor: Los lugares, personajes y situaciones relatadas aquí, tienen un carácter hipotético. En ningún caso deben ser interpretadas, literalmente, como hechos de una realidad específica.

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