domingo, 27 de octubre de 2013

RAYADO PEATONAL


Doña Lucía ya lo había pensado hace algunas semanas. Y la ocasión se le presenta propicia al ausentarse su nieta, por lo que decide incursionar, ella sola, en las céntricas calles de Maturín, las cuales no pisaba hace meses al estar aferrada a su pequeña bodega del barrio.
A sus 79 años mantenía ese espíritu de lucha que le había servido para superar muchas crisis familiares. Es cierto que sus piernas no respondían adecuadamente, tras el intento de derrame cerebral padecido el pasado año, por lo que solía caminar lento y con mucha prudencia ante el temor de caerse. Pero también era verdadero su empeño por cruzar alguna de las avenidas del centro de la ciudad, sin que su nieta Rocío estuviera allí para ayudarla. Hoy lunes quiso que fuera así.
Como pudo llegó hasta el semáforo del cruce de las avenidas Juncal y Bolívar, y se sintió inmersa en el bullicio de la muchedumbre que suele transitar a esa hora.
“¡Cónchale…, hay mucha gente en la calle!”, pensó y una ola de temores la invadió.
“Esta avenida es muy ancha. Tendré que apurarme. Ummm..., si lo hago seguro caeré al suelo y sería un fracaso si vuelvo a casa sin cruzar apenas esta avenida del centro. ¿Pero qué hago?”.
Delante de ella, el rayado reservado a los peatones semejaba un gigantesco teclado de un piano en el cual, cada sector de la ciudad, pisa la tecla que más le conviene. El semáforo del verde al rojo: oleadas de piernas que se vuelcan a la conquista de la acera opuesta. El semáforo del rojo al verde: vehículos que se precipitan como bólidos sin prestar atención a los peatones rezagados. Semáforo todavía en amarillo: lucha de poderes por el control del paso entre personas y autos.
Doña Lucía consideraba muy rápido ese movimiento citadino, por lo que se moría de preocupación.
-¡Dios....qué estas piernas no me fallen ahora!-, pide al Santísimo todavía parada en el mismo lugar. Su aventura por conquistar las calles del centro de Maturín, había encontrado un obstáculo en su pánico por caerse. Y el tiempo, por segundos, pareció detenerse en seco, como si a ninguno le importara su suplicio al borde de la acera.
-¡Doñita..!, ¿le ayudo a cruzar la calle?-, se ofreció un señor de avanzada edad.
-¿Está loco?..., usted viejo, yo también, ¿cómo cree que logremos atravesar la avenida? ¡Ah no, señor, déjeme aquí parada que pronto mi nieta Rocío notará mi ausencia y vendrá a buscarme! Así que váyase... ¡váyase...!

Crónicas Urbanas. Andrés Eloy Ravelo Nota del autor: Los lugares, personajes y situaciones relatadas aquí, tienen un carácter hipotético. En ningún caso deben ser interpretadas, literalmente, como hechos de una realidad específica.


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