domingo, 14 de julio de 2013

DORMIR EN EL METRO

En aquel tiempo, buscaba yo empleo en Caracas, con la esperanza de ver luego a mi amada Zenaida, a quien no veía hace tiempo. Se me ocurrió subir al Metro vestido de saco y corbata para la entrevista de trabajo, pero me sentía un tanto somnoliento, tras pasar la noche casi en vela pensando qué diablo me iban a preguntar. En realidad, no abordé el Metro por mi propia cuenta, pues un rio de gente cual estampida de búfalos, irrumpió en la estación llevándose todo a su paso. Y aquí estoy dentro del vagón, ¡como sardinas en lata! Como cosa rara, pude hallar un asiento disponible y por arte de magia, mis párpados iniciaron un vertiginoso descenso. No obstante, mi cuerpo parecía muy sabio: al detectar el traqueteo del Metro y que me estaba durmiendo, endureció los músculos cervicales para que mi cabeza se mantuviera tiesa. Esto además de incomodo, mi hizo temer que nunca más tendría el control completo de mi cabeza. En ese momento inicié la tenaz lucha contra las ganas de dormir. “La mejor forma de dormirse es no querer hacerlo”, me dijo Zenaida un día cuando viajábamos juntos en el Metro. Pero aun así empiezo a sentir que los parpados están pesados. Una parte de mi cerebro parecía hablarme: “Duérmete que es lo mejor para ti, yo dejo en alerta al subconsciente y cuando llegue tu parada te aviso”. Mas el sentido común me aconsejaba: “No te duermas, porque toda esta gente te está mirando. Acuérdate de los ronquidos y de que te pueden hurtar el celular”. La guerra por no dormir duró de 10 a 15 segundos, en los cuales pasé de estar despierto, leyendo el periódico del sujeto sentado delante, a estar completamente dormido, aislado del exterior. Tan profundo fue el sueño, que el subconsciente encargado de despertarme cerca de la parada, se le olvidó tal cosa. Con el ojo derecho y medio cerebro sin despertar del todo, alcanzo a ver como se cierran las puertas en la estación donde debía bajarme, por lo que aun con un onírico sopor, salgo disparado del asiento, olvidándome de que sobre las piernas tenía el currículo a medio arreglar, cuyas hojas se esparcieron por los rincones más alejados del Metro. Parecieron eternos los minutos gateando entre las piernas de los pasajeros en busca de los papeles. En eso, el subconsciente consiguió despertar al resto de mi cuerpo, especialmente, al sentimiento de vergüenza que me hizo oír una risita burlona. Era Zenaida al fondo del vagón, abrazada con un tipo rubio. Me sentí tan imbécil como para saludarla y presuroso, bajé en la siguiente estación. Tres días después regresé a Maturín, sin empleo y sin Zenaida... Crónicas Urbanas. Andrés Eloy Ravelo Nota del autor: Los lugares, personajes y situaciones relatadas aquí, tienen un carácter hipotético. En ningún caso deben ser interpretadas, literalmente, como hechos de una realidad específica.

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