domingo, 21 de julio de 2013

LA POBRE LUISA FERNANDA

Con el dolorcito a veces fuerte y a la vez fastidioso, esperaba la llamada de la asistente del urólogo para que el galeno atendiera mi caso de cálculo renal que año tras año me ataca. La sala de espera de la clínica donde había acudido, estaba abarrotada de pacientes. Era yo el número 15 en la lista y el hambre me anunció que de ese lugar, no saldría antes del mediodía. Me había sentado justo al frente de un gran monitor de un televisor, en el cual se veía una telenovela. Una puerta contigua a la del consultorio del especialista se abre de improviso y la alegría invadió los rostros de los pacientes, ahora impacientes, quienes aguardábamos nuestro turno de vernos con el médico. Sale una señora toda triste e intrigado yo, le pregunté: -¿Señora qué cosa le dijo su médico para que esté usted así? “Me mando hacerme una plaquita”, me dijo aún con suma tristeza. -¿Supongo que del tórax, del abdomen o de la región lumbar?, añadí a la vez preguntado y me contestó aun con melancolía: “No, mijo…de mármol. Nada más pude comentar. Después y con asombro, vi que lentamente los pacientes iban pasando al consultorio del urólogo. Una señora de avanzada edad se sentó a mi derecha, me miró con dulzura, me sonrió amablemente y al instante, fijó su atención en el televisor. “Umm…, seguro estoy de que el médico ordenará hacerme un eco abdominal, si no una urografía, es la historia de siempre”, pensé para darme ánimo. Así pasaron las horas y alrededor de la 1:05 pm., en la pantalla televisiva se deja ver un letrero y oír una voz melosa pronunciar: “La hija del jardinero…, tan real como tu historia”. ¡Caray!, ¿sufrirá también de cálculos renales?, exclamé inconscientemente y la señora sentada a mi lado me miró con desdén. La novela de factura mexicana, en el fondo seguía siendo rosa: entre la protagonista (Luisa Fernanda) y su galán (Carlos Eduardo) se interpone una villana (Jennifer), quien pasa casi todo el programa dramático haciendo maldades. En el capítulo de ese día, Luisa Fernanda está a punto de casarse con otro hombre (Alfredo), bajo la creencia de que su príncipe le había fallado. De súbito percibí un aura de molestia en la señora sentada a mi lado. Como si quisiera ella impedir la boda de Luisa Fernanda, quien ante la insistencia del cura, dudaba en dar el sí. En eso centré mi atención en la sala y noté que la asistente del urólogo apenas había llamado a seis personas delante de mí. Sentí impaciencia y de nuevo el dolorcito del riñón. Sentí también preocupación porque no había renovado mi póliza de HCM. Además dudaba de la experticia del galeno quien iba a examinar y a diagnosticar mi dolencia. “Mejor me voy para Caracas”, pensé. Pasó que la señora me traspasó su angustia. Empecé a ser parte del sufrimiento de Luisa Fernanda. “¿Nadie impedirá esa boda?, murmuró en alto la señora. Parecía que el tiempo atentaba contra la felicidad de los protagonistas. De imprevisto creí ver dos lágrimas asomándose a los ojos de la señora y justo cuando Luisa Fernanda iba dar el sí, se escuchó, en el televisor, una voz oficial decir: “El Ministerio del Poder Popular para la Comunicación e Información, pasa a transmitir un mensaje de nuestro Presidente”. ¡Uf..!, alivio. Luisa Fernanda pudo salvarse…, por ahora. Crónicas Urbanas. Andrés Eloy Ravelo Nota del autor: Los lugares, personajes y situaciones relatadas aquí, tienen un carácter hipotético. En ningún caso deben ser interpretadas, literalmente, como hechos de una realidad específica.

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