domingo, 7 de julio de 2013

HISTORIA DE AMOR Y HUMOR

Astrid se preguntaba por qué rayos su ex-novio la citó en el cementerio viejo de Maturín, a fin de reiniciar una relación de amor que ella daba por finalizada. En esos momentos se realizaba el sepelio del padre de un amigo de su otrora chico y los llantos de dolor reinaban en el ambiente esa mañana cuando, extrañamente, no llovió. -Gracias por venir Astrid. Tú siempre cumplidora con lo que prometes. -¡Ah, déjate de halagos hipócritas, César, que todavía no sé qué hago en este lugar tan fúnebre! -Te invité a venir para reiterarte mi amor. Quiero confesarte que fui un estúpido al romper nuestra relación, por eso quiero que… ¡no me vayas a decir que no!, ¡te lo pido por favor! Ambos jóvenes se apartaron de la muchedumbre que alrededor del féretro hablaba, lloraba, se tapaba del sol. Un pequeño grupo de mujeres en ese entierro, aprovechan la ocasión para criticar entre sí la manera como vestían algunas damas. El diálogo entre la pareja parecía no prosperar. Como si la historia de amor que ambos protagonizaban dependía de circunstancias extrañas a ellos para florecer. Astrid, renuente en creer las promesas de César, optó por abstraerse y ocupar su mente en leer los epitafios tallados en las lápidas de mármol de varias tumbas del viejo camposanto. En una se leía: “Aquí descansa José Julián 1929-1985, buen esposo, buen padre…mal electricista”. Al lado escribieron una leyenda de despedida de semejante contexto: “Aquí yace Josefina Mercedes Lárez Semprún. 1893-1963. Señor, recíbela con la misma alegría con la que yo te la mando. De su yerno Antonio José Benfica”. Siguieron su camino sin rumbo determinado. César insistiendo para que ella volviera a aceptarlo, Astrid bloqueándose mentalmente para no caer en la tentación de decirle que sí. La chica, en el recorrido entre los panteones y tumbas abandonadas en el cementerio, notó que los ladrones cargaron con cuanto metal había (cruces, jarrones, pasamanos, argollas, rejas, láminas de zinc entre otros). Un poco más allá, leyó otro epitafio: “Dorotea Leónidas Lara 1924-1989. Recuerdo de todos tus hijos menos Ricardo, quien nada dio para el entierro”. -¿No me está escuchando?-, insiste César muy interesado en la chica. Pero Astrid sigue horrorizada por la acción de los vándalos en el camposanto, pues tampoco veía rastro de los crisantemos y gladiolas que ella había colocado en la tumba de su abuela hace tres días. En eso voltea hacia la sepultura vecina y se detiene ante un letrero que rezaba: “Perdonemen que no me levante a recibirlos. De Alfonso José Iturbe 1928-1978” Más adelante volvió a leer otra lápida con este singular epitafio: “AL ratero quien se llevó todo lo que había aquí, no creo que devuelva la biblia que dejé abierta, pero al menos espero que la lea y la entienda, a ver si siendo más culto le hará ver esta vida de otra manera. De Eulalia, única hija de Lourdes Centeno 1914-1999. Q.E.P.D”. Crónicas Urbanas. Andrés Eloy Ravelo Nota del autor: Los lugares, personajes y situaciones relatadas aquí, tienen un carácter hipotético. En ningún caso deben ser interpretadas, literalmente, como hechos de una realidad específica.

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