domingo, 28 de noviembre de 2010

Dos buenas amigas


Rita y Zenaida eran un par ejemplar y particular de amigas. Nadie podía imaginarlas a una sin la otra. Una dupla que despierta admiración por su modelaje de personas atraídas por una aparente amistad sincera y desinteresada. Aunque tenían una semana sin verse, se dio la casualidad de que ambas coincidieran una tarde soleada en un centro comercial de Maturín, cuando Rita salía de la peluquería.

-¡Hola, Rita! ¿Te cortaste el pelo?

-¡Sí, querida! No te imaginas con quien... con Lombardi, el maestro de la tijera. ¿Qué tal? Vine enseguida apenas llegó de Milán.

-¡Maravilloso! Te ves diez años más joven. ¡Qué bárbaro! Quisiera hacérmelo igual. ¿Fueron mechas?

-¡Noooooo…! me aplicó una nueva técnica de aclaración que trajo de Italia. ¿Qué te parece?

-¡Waoooo…! ¡Bella, amiga! Te felicito.

-Sí Zenaida, anda, háztelo cuando puedas, seguro que te hará algo muy fashion, además con el pelo que tienes, él quedará encantado. Dile que vas de parte mía para que te trate bien y te haga algo chévere. Después me llamas para contarme.

-Okey, Rita. Vamos a ver si nos ponemos de acuerdo y salimos
un día. ¿Sí?

-¡Claaaaro.....amiga!, a eso sólo hay que ponerle fecha.

 Media hora después y como cansadas de tanto hablar, Zenaida le dice a Rita:
-Bueno amiga vete a tu casa, que tu esposo se va enorgullecer de la esposa que tiene.

-¡Ay, amiga, qué linda eres! Estoy tan feliz por ti.

 Al despedirse, Zenaida va pensando:

"¡Qué cosa tan fea lo que le hicieron en ese pelo! ¡Pobrecita!, y la muy imbécil se cree que está bella. Además está burda de gorda.  No entiendo a su marido, ese idiota con lo bueno que está, sigue casado con ella. Ese le debe montar más cachos... ¡pobre estúpida!”

 Por su parte, Rita se aleja pensando:

 "Esa debe estar muriéndose de la envidia. ¡Qué hipócrita!, como sí no supiera que se la pasa “buceando” a mi marido cada vez que lo ve y todavía quiere hacerse lo mismo que yo en el pelo, pero no es posible con su pelo de escoba.
Será para que al marinovio le de un infarto cuando la vea. ¡Desgraciada!

De súbito, la voz lastimera  de un mendigo saca a Rita de sus pensamientos:

-¡Señora, por piedad!, deme algo. Mire que no he comido nada en tres días y me veo ya muy flaco.

-¡Ay señor, que envidia le tengo! ¡Ojalá tuviera yo esa fuerza de voluntad para así comprarme ropa de menor talla!-, exclamó Rita alejándose del pordiosero y sumergiéndose de nuevo en sus pensamientos.

Crónicas urbanas

Andrés Eloy Ravelo

Nota del autor: Los lugares, personajes y situaciones relatadas aquí, tienen un carácter hipotético. En ningún caso deben ser interpretadas, literalmente, como hechos de una realidad específica.

martes, 2 de noviembre de 2010

Pasión por una amiga


Me quedé con mi amiga Ana María al concluir su fiesta de cumpleaños. Le ayudé a recoger los platos sucios y desperdicios. Al finalizar esa labor, ella dice:

-¡Huy, es muy tarde!, será mejor que te quedes a dormir.

-¿Y dónde duermo?

-Conmigo en mi cama.

¡Uf!, mis piernas temblaron y me dije: “¡Por fin esta es mi noche!”. Al rato sospeché que, basado en mi condición de amigo “superespecial”,  su propuesta al parecer no tenía otras intenciones, por lo que con toda confianza, ella se queda en ropa íntima, mas yo aún así pienso: “Me quedaré en calzoncillos... pues sigo creyendo que esta es mi noche”. De un brinco me meto en su cama y doblo mis rodillas para disimular. Ella se acuesta también, me sonríe, se voltea dándome la espalda y dice: “Hasta mañana”. Insistí: “Vamos, no seas tímida, dime algo”.

-Okey, ¡duérmete!-, ¡y ella se durmió! Lleno de asombro murmuro para mis adentros: “Pero bueno, ¿esta mujer no reza ni nada?”

Estoy acostado con la mujer que más deseo y no me atrevo a moverme para no tocarle nada. En este momento soy el hombre más caliente del mundo. ¡Y qué larga se me hace la noche! De pronto me vienen a la cabeza un par de preguntas: “¿Rozarla con mi pierna, será de mal amigo? ¿Y si son sus glúteos los que me tocan? Ah, percibo su cuerpo como un templo, ¡pero esta noche no hay misa! Horas después, sólo me hago una pregunta: “¿Seré realmente idiota?”.

¡No puedo creer que estoy en la misma cama con ella y no vaya a pasar nada!
Pero confío que en cualquier momento, ella dará la vuelta y me dirá: “Ya has sufrido bastante, ahora… ¡hazme tuya!

¡Y mira que sufro!, porque tengo toda la sangre del cuerpo acumulada en un mismo sitio.  “Se han dado casos de hombres quienes han llegado a reventar”, me dijo antes un amigo en una situación similar.

La humillación no terminó allí. A las siete de la mañana suena el timbre de la puerta: “¡Ay, es José!”, exclamó Ana María. ¿José?, ¿pero no lo habías dejado?, le pregunté. “Ya te contaré, que ahora tengo prisa. Olvidé decirte que él iba traer a su perro, porque como nos vamos a Margarita, el perro contigo quedará bien cuidado. Esta es tu casa, quédate tranquilo. Para colmo, entra José y me dice: “¿Eres su amigo? Tienes mala cara, ¿has dormido bien?”. Se fueron y quedé con el perro.  Pensé: “Si para Ana María considerarme "su amigo", consiste en arruinar mi vida sexual, ¿qué hará con sus enemigos? Bien que seamos amigos, lo que no entiendo es por qué no podemos hacer el amor como amigos".

Crónicas urbanas

Andrés Eloy Ravelo

Nota del autor: Los lugares, personajes y situaciones relatadas aquí, tienen un carácter hipotético. En ningún caso deben ser interpretadas, literalmente, como hechos de una realidad específica.

jueves, 21 de octubre de 2010

Un simple despecho


Fue absurda la ida a ese automotel del sur de Maturín con dos mujeres ya maduras. Recordaba el rostro de una de las féminas, pero no su nombre. La otra era una completa desconocida, pues no recordaba su cara, mucho menos su nombre. Reconozco que las chicas provocaban unas ganas en mí, pero no me acordaba de qué.  En realidad sentí que muchas partes  de mi cuerpo me dolían y  el pedazo de músculo varonil que no me dolía, simplemente no funcionó, a pesar de la pastillita azul. Me vi desnudo ante ellas y comprobé que todos mis años quedaron arremolinados en mi abultado abdomen.

Y es que ayer mi ánimo rodó por el piso, cuando María Andreína simplemente me confesó que ya no me amaba, tirando así al olvido 26 años de matrimonio. ¡Si ella supiera que su recuerdo germina en mi corazón! Cuánto diera por despertar cada mañana y sentir de nuevo su aliento en mi cuello, el calor de sus labios carnosos en mis mejillas, el contacto de sus dedos en mi piel y esa intuición esperanzadora de vivir o morir de viejo postrado en su regazo.

Aun ensimismado, me arreglé algunos disminuidos mechones de pelo intentando tapar la calva, cuando una las mujeres me dijo: “Te ves espléndido”. Frente al espejo recapacité y me dije: “en la vida de un hombre hay tres etapas: la juventud, la madurez y el te ves espléndido”. Entonces opté por criticar a las nuevas generaciones, al creer que todo aquello que la Madre Naturaleza me había dado, el Padre Tiempo empezaba a quitármelo. Me consolé al pensar que, a mi edad, tenía muchas respuestas para la vida, aunque ya nadie me pregunta nada. También recordé que un día María Andreína, con voz tranquila, aconsejaba a su adolescente hermana de esta manera: “Debes fijarte muy bien a la hora de escoger marido. Ve a tu cuñado, sabe arreglar autos, lavadoras y cualquier aparato eléctrico”. Pensé que era un digno elogio para mí, hasta que agregó: “No te cases con un hombre así, porque nunca vas a tener nada nuevo”. Voltee hacia las chicas, las miré con desdén y de un jalón, bebí el whisky restante en la botella, para luego huir del lugar. En el camino, no aguanté las ganas e impulsado por el desamor, decidí llamar telefónicamente a María Andreína.  En el  teléfono de la casa, la voz displicente suya en la contestadora dijo: “Hola, probablemente me encuentro en casa, pero estoy evadiendo a una persona que no quiero volver a ver. Deja tu mensaje y si no te devuelvo la llamada... ¡eres tú!

Crónicas urbanas

Andrés Eloy Ravelo

Nota del autor: Los lugares, personajes y situaciones relatadas aquí, tienen un carácter hipotético. En ningún caso deben ser interpretadas, literalmente, como hechos de una realidad específica.

domingo, 10 de octubre de 2010

El cuerpo de Estefanía


Miré a Estefanía lanzar con furia su celular una vez haber hablado. La expresión de sus ojos semejaba la mirada de las estatuas perdiéndose en una vorágine de incertidumbre. En ese momento, le hubiera gustado sentir algo distinto a ese atosigante deber moral de rendirle cuentas a su esposo de su andar por esta vida. Y me vio con un dejo de angustia y de malicia. Porque minutos antes, ella disfrutó al máximo de nuestro momento de sexo desmedido, una vez que nos recluimos en un apartamento suyo dispuesto para el descanso de su agotadora campaña electoral, en la cual ella era la candidata con mayor opción a ganar un curul en la Asamblea Nacional.

Aun con el clímax en reposo y en cuestiones de segundos, repaso mentalmente todo lo que hice con ella en la cama y recuerdo  que el cuerpo de Estefanía es fuerte y elástico. Su sonrisa de entrada es una invitación a recorrerlo. Me fascina su vientre aplanado y sus muslos firmes. Desde la cima de sus rosados pezones, disfruté del paisaje que caracteriza su estructura corporal: valles, senderos, recovecos, playas, desiertos, selvas y volcán. Huele a vainilla y ese olor delata sus pasiones. Su cuerpo se clavó de tal forma en mi memoria, que no dejó espacio para olvidarlo.  Y es que me seduce su silueta de niña dicharachera, sin vergüenza de exhibir tanto sus victorias como sus derrotas.

Pero para ella Juan José, su esposo, estaba comportándose muy extraño. Aunque no me lo confesara, a Estefanía eso le irritaba. Como autómata, se paró de la cama y con su blanca desnudez, se internó en el pequeño baño de la habitación donde estábamos. Con sigilo, me acerqué a husmear y la sentí sollozar. “Hablé con Juan José”, me dijo precipitadamente mientras borraba cualquier vestigio de lágrimas en sus mejillas.

-¿Te llamó o lo llamaste?

-¡Me llamó, no seas pendejo! Fue una llamada normal -dijo esto último con una voz cargada de tal pureza, que parecía un piropo.

-Sus llamadas nunca son normales, pero, ¿cuál es el problema con la llamada de Juan José? ¿Te insulta, te amenaza?

-¡Qué va! Es incapaz de algo así.

-¿Piensas hablar de nuevo con él?, dije con algo de celos.

-Probablemente.  Mira, en verdad, no sé, o… sí, en cierta forma. De hecho sí.

-Estás muy metafísica.

-Ah, ya aprenderás a conocerme mejor cuando puedas ser un buen amante, dijo y me miró de tal forma, que estuve tentado a llevármela a la cama otra vez.

-¡Si estás pensando en sexo, olvídalo y te viste para que te vayas!”, me advirtió de improviso.

-Tranquila, mi candidata. Te comportas como si no te hubiera dado gusto lo que antes hicimos. Todavía hay suficiente café. Me quedaré un rato. Pero, dime, ¿qué te dijo tu marido para que te entristecieras y te molestaras a la vez?

-Nada.

-¿Nada y tienes como “frustrechera” encima?

-Es que…, el muy descarado desconoció las encuestas que me dan de primera en las preferencias del electorado. Decidió seguir con su candidatura hasta el final  y  que eso de la unidad era pura vaina inventada por mi comando de campaña para fregarlo a él.

-Umm…, no nos queda otra que negociar con él. En este momento, ¿puedes llamarlo a tu cama? Estefanía me miró de una manera extraña: “Hazme un favor: vete. Mejor: ¡lárgate!”, me gritó sin derecho a réplica.

Crónicas urbanas

Andrés Eloy Ravelo

Nota del autor: Los lugares, personajes y situaciones relatadas aquí, tienen un carácter hipotético. En ningún caso deben ser interpretadas, literalmente, como hechos de una realidad específica.

domingo, 3 de octubre de 2010

Una boda más


Estaba yo de traje negro y de espaldas ante el altar. Al frente las dos hileras de asientos repletas de cuantos invitados habían en la lista de boda elaborada por Mildred, la mejor amiga de la que hoy será, de nuevo, mi esposa. Esta noche me uno en matrimonio, por tercera vez, con la misma mujer tras dos divorcios anteriores con ella misma. Pero hoy es nuestro primer casamiento por la iglesia. Del primer divorcio sólo me quedó una desvencijada camioneta, unas fotografías con mis dos hijos, un juego de dominó y las chancletas que no se llevaron los ladrones cuando desvalijaron la casa meses antes. Del segundo divorcio, luego de un abrupto acuerdo “legal” propuesto por mis hijos, me quedó muy poco, además de la sensación en mi corazón de que nunca, ¡pero nunca!, volvería a tropezar con la misma piedra.

Y aquí estoy… ¡no sé qué hago en esta iglesia de Caripito Arriba! No fueron los “ruegos” de mis hijos ahora convertidos en adolescentes. Tampoco los consejos de Beltrán temiendo una vejez mía en la soledad. Pues, no tengo la más remota idea del porqué accedí a protagonizar un nuevo casamiento con Luzimar. ¡Ah..!, ¡cuánto ansiaba que ella desistiera del asunto y no profanara este bendito templo con su presencia! Pero… ella llegó. “Diga usted joven dama, si acepta por esposo a Eloy Hernández”, preguntó el sacerdote luego del protocolo de rigor.

Luzimar tomó su tiempo. “Ojalá se arrepintiera”, pensé y luego  entre los asistentes, escuché a mis espaldas un murmullo: “¿Por qué las mujeres siempre se quieren casar?” Una respuesta automática afloró a mi cerebro: “Porque para tener un choricito, tienen que cargar con el cerdo entero”.

“Sí, padre, quiero ser su esposa”, la afirmación de Luzimar me resultó lapidaria. Fue entonces cuando el pánico se apoderó de mí al momento del sacerdote hacerme la misma pregunta. Nervioso, voltee hacia los concurrentes a mi boda  y percibí un legado de ceños fruncidos, especialmente en los rostros de mis dos hijos. Mas allá estaba Zulay, con cara de incrédula y de no saber qué carrizo hacía yo allí, casándome con una mujer quien no era su amiga Milagros. Sentí la presión sobre mis hombros. Sentí ganas de correr y no pararme hasta llegar a Maturín…

“Sí, padre acepto”, dije con cierta resignación esperando un milagro de última hora.

Casarme de nuevo con Luzimar, no estaba en mis planes esta noche, pero la alegría de familiares y amigos asistentes me arrancó de mis pensamientos, para arroparnos por completo, obligándonos a salir del templo a la respectiva celebración. Ya afuera, entre gritos de “¡Vivan los novios!” y los baños de arroz precocido, se detiene bruscamente una limosina negra, de la cual sale Milagros en traje nupcial para increparme: “¡Eloy, qué hiciste! ¿Por qué no me esperaste?”.

-¿Acaso no leíste el mail que te envié hace dos días? Ah Milagros, ¡tú siempre dejando para leer después tus correos!

Crónicas urbanas

Andrés Eloy Ravelo

Nota del autor: Los lugares, personajes y situaciones relatadas aquí, tienen un carácter hipotético. En ningún caso deben ser interpretadas, literalmente, como hechos de una realidad específica.

domingo, 19 de septiembre de 2010

Un día anormal


Este lunes de septiembre, intuí que sería el día más funesto de mi vida. Hoy empecé con una dieta para rebajar, en unas semanas, al menos diez kilos. Mi esposa me obligó a ello, por lo que fui con una médico nutricionista de ascendencia libanesa, quien me ordenó distribuir los alimentos de la siguiente forma: Lunes, sólo carnes (200 g.) con verduras y frutas. Martes, huevos sancochados con verduras y frutas. Miércoles, lácteos con puré, vegetales verdes y frutas. Jueves, verduras, que pueden servirse con queso desnatado. Viernes, pescado, acompañado de vegetales y frutas. Sábado, frutas, también comiéndolas con verduras de primero. Domingo, comer lo que apetezca, pero sólo verduras y frutas, ¡sin abusar!

“Y Dios dotó a la tierra con espinacas, coliflores, brócolis, y todo tipo de vegetales, para que el Hombre y la Mujer pudieran alimentarse y llevar una vida sana”, me pareció haber leído en el libro Génesis de la Biblia. Ah, pero… ¿quién dotó de puestos de comida chatarra a la calle del hambre y a la Libertador de Maturín con la ruta de las empanadas? ¡Dios mío!, ahora tendré que someterme a esa dieta estricta, pues mi esposa me amenazó con el divorcio, porque según, yo tenía 40 kilos de más con los cuáles… ¡no estaba legítimamente casada! 

-¡No te pongas esas camisas claras!, ¿no ves que los colores claros acentúan tu gordura?-, me dijo mi mujer antes de yo salir al centro de Maturín. Me vi la ropa y pensé: “¡Ah!, con razón en estos dos meses siento que he aumentado diez kilos.

Ya en el centro de Maturín y al tratar de cruzar la calle rumbo a una zapatería, un motorizado, frena ruidosamente a punto de atropellarme.

-¿No podía dar la vuelta con todo ese espacio que tenías en la calle?-, le grité.

-Sí, pero si doy la vuelta alrededor tuyo, se me acaba la gasolina. 

Entré luego a la zapatería para pasar casi tres horas probándome una veintena de zapatos que no calzaban del todo en mis anchos pies. Desilusionado, fui a parar a una panadería intentando tomarme un refresco, mas tuve temor de sentarme en las mesas, cuyas sillas parecían endebles para resistir mi peso corporal. Me fui de allí y al detenerme frente a la vidriera de una tienda de ropa, con la intención de comprar algo que me entrara, observé que una marca japonesa tenía como eslogan: “Sólo para cuerpos perfectos”. Un par de lágrimas intentaron emerger de mis ojos, pero… ¡macho no llora, y gordo mucho menos! Y así decidí volver a casa para seguir con la ingesta de verduras, vegetales y frutas.

Crónicas urbanas

Andrés Eloy Ravelo

Nota del autor: Los lugares, personajes y situaciones relatadas aquí, tienen un carácter hipotético. En ningún caso deben ser interpretadas, literalmente, como hechos de una realidad específica.

domingo, 5 de septiembre de 2010

Misterio a medianoche


Luego de tres de horas de estarme paseando por Maturín, un par de malandros me dejaron abandonado a medianoche en la vía que conduce a Punta de Mata y se llevaron mi dinero y el taxi con el que me ganaba la vida. Al menos estaba ileso, pero con el pánico chorreándome por todo el cuerpo, pues la noche se presenta oscura y tenebrosa. Exhibo mi pulgar derecho para pedir cola, pero por desgracia ningún vehículo transita a esa hora en la carretera. Nervioso y desalentado, opto por caminar  de vuelta a casa bajo una pertinaz llovizna que amenaza con llegarme a los huesos.

Camino sin descanso y sorpresivamente, la lluvia arrecia de tal modo que apenas alcanzo a medio ver en la distancia. De repente y atónito, distingo en la oscuridad y a pocos metros, como un extraño automóvil con las luces apagadas se acerca lentamente y se detiene frente a mí. Dado mi penoso estado, subo sin dudarlo al vehículo y cierro la puerta con rapidez. Agradecido por el gesto humanitario, volteo mi cabeza hacia el asiento del chofer y pasmosamente, veo que nadie conduce.
Para mi mayor asombro, el vehículo arranca suave y pausadamente. Con dificulta intento ver la carretera y en ese momento recuerdo que más adelante hay una curva muy peligrosa, por lo que temo estrellarme contra alguna tubería de petróleo.

El ruido de la lluvia al caer y las ráfagas  de viento, dibujan un macabro escenario digno de una crónica como ésta. Me acuerdo entonces de rezar ante la angustiosa situación en la que me hallo, pero justo antes de llegar a la curva, aparece una mano huesuda y aceitosa por la ventana del chofer para mover el volante lentamente pero con firmeza. Paralizado del terror y sin aliento, medio cierro los ojos y me aferro con todas mis fuerzas a mis oraciones y también al asiento; inmóvil y muy asustado, veo como la mano entra y sale en cada curva del oscuro camino, mientras la lluvia cae con todas sus fuerzas.

Transcurren así los minutos más desesperantes de mi vida, pero en la primera oportunidad, me bajo horrorizado del vehículo medio detenido y echo a correr por la carretera hasta El Furrial.

Exhausto y todo empapado, entro en una venta de bebidas alcohólicas aún abierta a esas horas, para siquiera relatar a alguien lo acontecido. Pido una botella de ron y todavía temblando, cuento a los allí presentes la horrible experiencia por la que acababa de pasar. Se hace un silencio sepulcral ante el asombro de todos. Parece como si el terror invade sus cuerpos y los mantuviera estáticos mirándome fijamente. Ese estado de expectación en mis interlocutores se prolongó por al menos media hora, cuando al establecimiento entran dos hombres muy mojados. Uno de ellos me mira con suma indignación y en tono molesto le dice al otro:

-Mira Ramón, allí está ese vivo que subió muy fresco a nuestro vehículo averiado cuando lo veníamos empujando hasta acá.

Crónicas urbanas

Andrés Eloy Ravelo

Nota del autor: Los lugares, personajes y situaciones relatadas aquí, tienen un carácter hipotético. En ningún caso deben ser interpretadas literalmente como hechos de una realidad específica.

domingo, 29 de agosto de 2010

Amor electrónico


Conocí a Dubraska en uno de esos chats de la Internet. La atracción fue mutua. Rápidamente comenzamos a chatear y hablar por celular. Nos mandábamos  mensajes de texto todos los días, sin falta. Era como una adicción, estar en contacto con alguien a quien poco conocía, pero que se hacía más y más interesante a medida como lo sabíamos todo el uno del otro. Ella era impaciente cuando no le contestaba rápido, sin embargo no me desesperaba cuando sus respuestas tardaban, aún así  todo iba de maravilla. Era la magia del amor de lejos: ella viviendo en Maracaibo, yo con su recuerdo desojando margaritas en Maturín.

Y llegó el esperado tiempo de encontrarnos personalmente. En los días previos a la llegada de ella, el intercambio electrónico se intensificó al punto que  apenas yo  trabajaba y dormía, pensando que al fin dejaría de estar solo y que las palabras matrimonio y felicidad hasta podrían ser compatibles. Ella por su parte también se mostraba muy ilusionada y decía que todo esto era un sueño hecho realidad.

Dubraska aterrizó en el aeropuerto de Maturín un viernes al mediodía. Aprovechó que venía a un curso de estética corporal y se hospedaría casa de una amiga de la infancia. Yo la esperaba ansioso, aunque trataba de disimular la emoción del momento. Al verla en la salida de la puerta de desembarque lucía cansada, pero increíblemente hermosa. Me vio, se acercó, me escrutó de pies a cabeza y me abrazó tímidamente. Intuí que para ella ahora todo era distinto. Parecía como si al verme, la imagen idealizada que se había hecho de mí durante nuestro idilio electrónico, no coincidía con quien llegaba a buscarla. Y ahí mismo se le murió el amor.

Una vez dejarla en el lugar donde se hospedaría, le pregunté que cuando salíamos. Dubraska sonrió amargamente y dijo «yo te aviso». De ahí en adelante, no respondió emails, ni mensajes de texto, ni llamadas de teléfono.

Un día me presenté en su hospedaje temporal y al insistir en mi propuesta amorosa, me dijo: “Rafucho, vos sabéis que soy una chica digamos vergataria, una modelo re-top, re-vip, re-cool, súper fashion de muy high level…”.

-¿Y eso qué es?-, le pregunté.                   

-Bueno, que vos eres muy poco para mí, que soy demasiado para vos-, dijo cerrando la puerta. Pensé: “Caray, esto es nuevo para mí, siempre me habían rechazado por calidad, al creerme feo, pero nunca, ¡lo juro!, me habían rechazado por cantidad, al catalogarme de poco para ella”.

Crónicas urbanas

Andrés Eloy Ravelo

Nota del autor: Los lugares, personajes y situaciones relatadas aquí, tienen un carácter hipotético. En ningún caso deben ser interpretadas literalmente como hechos de una realidad específica.

domingo, 22 de agosto de 2010

En el supermercado


A la lista que me hizo mi mujer le añadí whisky, soda para el whisky, tequeños para el whisky, ron por si se acaba el whisky. Cuando llegué al estacionamiento del supermercado ubicado en uno de esos centros comerciales de Maturín,  había una cola inmensa de vehículos esperando por un puesto. Y a punto de marcharme, vi a una mujer dirigiéndose a su vehículo. Frené en seco y me dije: “De aquí no me mueve nadie”. Sin prisa, la mujer abrió la puerta del auto, y metió una a una las bolsas revisando su interior, como si no fuera su compra, como si le extrañara ver el paquete de espagueti ahí. 
Ya en el supermercado, tomé un carrito para hacer la compra y me cuestioné: ¿Por qué todos los carritos tienen una hoja de repollo? ¿Es que hay un grupo de empleados que las van colocando por la mañana? Y más preguntas: ¿Por qué siempre me toca un carrito con las ruedas jodidas? ¿No sería mejor reciclar el grupo de empleados “repolleros” a mecánicos reparadores de carritos?
Así comenzó mi calvario, al percibir que el carrito escogido tenía vida propia. ¡Y es que tomaba sus propias decisiones!: Quería yo ir a la derecha, él se empecina en girar a la izquierda. Resignado, fui a la izquierda, total tenía que ir a la sección de café y el arroz. Pero de pronto  el carrito cambió de opinión y se paró. No quería andar el muy condenado y parecía estar atornillado en el piso. A duras penas conseguí empujarlo, pero esa vez se inclinó a la derecha, para embestir contra los estantes de las toallas sanitarias, y cayeron varios paquetes de toallas con alas. Me resultaron burlonas las risas de un grupo de damas cercanas.
Avergonzado, me fui sin el whisky a las cajas de pago. En mi camino por uno de los pasillos y frente a mí obstruyéndome el paso, veo a una familia entera, cuya madre estudia un producto detenidamente, lo compara con la competencia, lo sopesa, analiza ingredientes, fechas de envasado, caducidad, precios. ¿Pero qué diablos mira tanto? ¿Prepara un informe? ¿Será fiscal de precios? ¡Pero si sólo es un paquete de arroz! El marido está a punto de soltarle la segunda cachetada al niño de seis años que llora por un chocolate que regalan con un envase de cereal. La hija de 18 años, viste con pantalones negros talla 32 a punto de estallar. Topless que apenas contienen a unos desproporcionadas senos y dejan ver un ombligo perdido entre cauchitos flácidos. Para colmo, no cesa de aconsejar a la madre: “Compra el arroz pre cocido que es dietético y activa la eliminación de grasas”. ¡Bah.., a ti sí que te eliminaba yo, y a tu padre, y a tu hermano y a la analítica de tu madre… por obstruirme el paso tanto tiempo!, Finalmente llegué a las cajas registradoras. Todas repletas. Hice la cola en una y esperé. La cajera masticaba chicle, hacía bombas, trataba de ofrecer a la clientela una risa que de todas formas resultada muy fingida y era tan lenta que mi presión sanguínea aumentó. En eso una señora, justo delante de mí, dijo: “Oiga señor, ¿podría vigilarme un momento el carrito, que olvidé el perejil?
Y se fue sin darme tiempo de abrir la boca. La cajera se quedó sin cambio. Nos quedamos todos quietos esperando. Siguiente cliente y la del perejil sin aparecer. A un cliente en la caja no le funcionaba la tarjeta, o no había línea, ¡yo que sé! Mientras yo pensaba: “Al Monagas Sport Club ya le habrán hecho dos goles”. Le tocó el turno a la del perejil y no había llegado. Aparté su carrito para chequear mi compra. A mi espalda escuché: “Éste se la da de vivo”. No me di por aludido. En eso, el paquete de papel higiénico que había agarrado para chequear, ¡tenía malo el código de barras! Más espera. Sentí hastío, pagué y me fui viendo de reojo a la del perejil que aparecía con más paquetes. 

Crónicas urbanas

Andrés Eloy Ravelo

Nota del autor: Los lugares, personajes y situaciones relatadas aquí, tienen un carácter hipotético. En ningún caso deben ser interpretadas literalmente como hechos de una realidad específica.

domingo, 15 de agosto de 2010

Una mañana de julio


No tenía plena noción de haber despertado del todo. La cabeza parecía estar expuesta al mismo dolor de la infancia. Instintivamente, toqué mi cuerpo para constatar que todas las partes estaban en su lugar y, sorprendido, me di cuenta que estaba todo desnudo. A lo lejos escuchaba voces de humanos. Intenté incorporarme del matorral donde yacía, pero no respondieron mis piernas. No me alarmé. Tampoco me exigí explicación para tal situación. Mi mente lentamente cayó en un letargo y, sin quererlo, volví a perder el conocimiento.

Desperté de nuevo  acostado en una de las camillas abandonadas en el pasillo principal de un ambulatorio. Una sábana verde cubría ahora mi desnudez. Traté de ver algo… quizás a algún ser humano, pero seguía escuchando a lo lejos las voces de la gente entregada a su rutina urbana. Como pude apreté mi mejilla izquierda contra la fría pared del recinto asistencial, tratando de sofocar un poco la alta temperatura que se había apoderado de mi cuerpo. Me sentía sólo… desamparado. No sé si me llamo Virgilio, Edgar o Benito. No recuerdo quien soy, quien fui. No sé siquiera lo que me pasó anoche.

¿Anoche? La verdad es que diera todo por saber qué me dio de beber la mujer taxista que en la madrugada me llevaba a mi residencia ubicada al extremo sur de Punta de Mata. Sin reparar en lo extraño que una dama trabajara a esas horas, sucumbí ante la belleza de la chica, quien hábilmente me convenció con su hilera de dientes blancos y relucientes, de tomar unos tragos en la barra de una taberna en Maturín. A la tercera copa ingerida después de regresar del sanitario, no supe más de mi existencia. Ahora tengo este vacío mental  que amenaza con dejarme inconsciente otra vez, y un dolor post-operatorio en mi región lumbar derecha.

Con esfuerzo levanté un poco mi cabeza para ver a dos galenos caminando hacia mí. Me miraron con lástima y siguieron su camino. ¡Nada, estoy muerto y mi alma vaga en este hospital!, me dije y con tristeza comencé a sentirme culpable por no haberme despedido de mis seres queridos. En ese trance alcancé a oír las lapidarias palabras de los galenos: “Pobre hombre, es una víctima más de la burundanga. Menos mal que no le dieron mucho, porque así pudo salvar su vida”.

¡Uf..!, respiré hondo y me alegré de estar siquiera vivo todavía, aunque sin un centavo, sin ropa y sin mi riñón derecho. Me prometí no beber licor nunca más y desde este momento… ¡juro que mi mujer es la más bonita del mundo!

Crónicas urbanas

Andrés Eloy Ravelo

Nota del autor: Los lugares, personajes y situaciones relatadas aquí, tienen un carácter hipotético. En ningún caso deben ser interpretadas literalmente como hechos de una realidad específica.

domingo, 8 de agosto de 2010

¡Yelitza me tiene harto!


Esa mañana llego a  mi casa ubicada en el sector Tipuro de Maturín, tras dos días de ausencia motivada a una acalorada discusión sostenida con mi esposa.  Aunque no era mi costumbre, decido primero ir al patio para ver a “Riki”  y a “Pancho”, mis loros consentidos comprados en Tucupita. Al llegar ahí me sorprendo y me asusto mucho al ver un cadáver tirado en el suelo. Al pánico, le sigue el gesto instintivo de ver para todos lados y retroceder unos metros. Pero con el pulso acelerado, cuento hasta diez y me acerco. No había dudas, es un cadáver. Tiene desfigurado el rostro, con sangre todavía fresca deslizándose por su anatomía. Un muerto desconocido. Jamás había visto esa cara, ese torso pálido, esas piernas largas y velludas flexionadas con torpeza, seguramente por el homicida quien, deduzco, luego de asesinarlo, lo tiró en el patio de mi casa. Aprecio que era un hombre joven semidesnudo (apenas unos calzoncillos y unas medias) de unos 25 años, con una herida sangrante, tal vez de un balazo en la sien derecha, y varios hematomas en su pecho.

Pienso que primero será mejor avisar a la policía, pero advierto que no será tarea fácil explicar el hallazgo. “¡Necesito un abogado! Me acuerdo entonces de un amigo, pero no llamo. Entro a la casa por la cocina y con estupor veo en el piso un pantalón y una camisa que no son míos, máxime cuando están manchados de sangre.  Con esta nueva situación veo alejarse la posibilidad de llamar a la policía. Sobre todo cuando sigo las gotas de sangre hasta el dormitorio donde mi mujer todavía descansa.

Con el corazón latiendo muy aceleradamente, irrumpo en el cuarto y veo a Yelitza aun en bata de dormir, con chancletas de cuero negro, en su pelo  colgaban rollos de cartón extraídos del papel higiénico y con una mascarilla de aguacate en su rostro.

-¿Por qué volviste?-, pregunta ella.

-Encontré un cadáver en el patio-, contesto con fingida naturalidad para no alarmarla.

-Ah, ¿era eso? Pensé que venías para hacer mercado, comprar el gas. Fíjate que no hay agua filtrada en la nevera. Ah...y no te olvides que hoy vencen los recibos de luz, teléfono y del servicio de TV por cable.

-Encontré un cadáver...-insisto medio molesto.

-Te escuché -dijo ella inmutable- El mes pasado dijiste que había un ahorcado cerca, la semana pasada que violaron a una niña, que viste un ovni sobre Temblador...

-¿Piensas que estoy loco?-, digo vaticinando otra discusión con mi mujer.

-Te creo, ¡pero es que hay tantos problemas urgentes por solucionar en esta casa!


Crónicas urbanas
Andrés Eloy Ravelo

Nota del autor: Los lugares, personajes y situaciones relatadas aquí, tienen un carácter hipotético. En ningún caso deben ser interpretadas literalmente como hechos de una realidad específica.

domingo, 1 de agosto de 2010

Frenesí comunicacional


Hoy salí de la casa sin el teléfono celular, al sentirme desprovisto de esa herramienta, entré en pánico y me devolví a buscarlo. Y es que el teléfono celular entró en mi vida para unirme comunicacionalmente con los demás, pero también para separarme sentimentalmente. Lo digo porque hace días, mi novia Camucha, después de siete años, rompió conmigo luego de leer en mi celular unos mensajes eróticos enviados por una tal Livia.

Eso antes no me pasaba. Tan sólo me pillaba notas en la ropa y se armaba la de San Quintín, pero con todo eso había comunicación. Hoy día la globalización comunicacional me ha sumergido en el mundo de las contraseñas: número clave al pagar con mis tarjetas en el supermercado, para abrir las puertas de mi vehículo, desactivar la alarma de la casa, para desbloquear mi celular, para entrar al computador, a la página del banco, a Cadivi, Seguro Social, a facebook, messenger, hi5, sónico, al correo electrónico, cantv… Ayer en la mañana, un tanto sonámbulo al calentar el desayuno, voy al microondas y trato de teclear mi contraseña. ¡Habrase visto!

Lo de los mails es típico: me entra un desespero por contestarlos, pero existen personas que sólo envían correos empezados por FWD… los reenviados… que son como los replicantes, pero en plan cadena. Puedo pasar años sin saber nada de la vida de esa gente, pero me atiborran con power-points esotéricos, con cartas que debo enviar por lo menos a 20 personas en la próxima hora o me quitarán la cuenta de correo y mi canario morirá al instante.

Un día normal de trabajo, se inicia en la casa al conectarme a la Internet antes de beber café, ducharme y salir. Luego en la oficina, enciendo la computadora después de saludar al jefe y de inmediato, leo los mails que me llegaron la noche anterior, reenvío algunos de los mejores a la lista de correo de los desocupados, navego por el website de subastas, almacenes virtuales y cuanto sitio encuentro para hallar una cámara fotográfica que quiero comprar desde hace días y no he podido encontrar. Así me la paso casi toda la mañana. Por la tarde, vuelvo a entrar al chat y termino la charla que dejé inconclusa; paseo por el facebook y después nueva tanda de respuestas de los últimos mensajes de la mañana, participo en el foro on-line: "¿Le parece justo tener tanto trabajo?", sesión que se ve interrumpida cada vez que alguien se acerca a mi escritorio, por lo que  oculto el foro poniendo a funcionar una opción de emergencia que despliega, en pocos segundos, cuadros estadísticos sobre toda la pantalla del computador. Cuando termina el horario laboral, arreglo el escritorio y me sirvo un cafecito. Leo por última vez el correo. Respondo y mando nuevos mensajes para el día siguiente. Al irme y desconectarme de la Internet, siento la terrible sensación de haberme separado de un ser querido.

 

Crónicas urbanas

 Andrés Eloy Ravelo

 Nota del autor: Los lugares, personajes y situaciones relatadas aquí, tienen un carácter hipotético. En ningún caso deben ser interpretadas literalmente como hechos de una realidad específica.

domingo, 25 de julio de 2010

El diario de Lucía


En la soledad de su habitación, Lucía, una joven trabajadora de Maturín,  intenta explicarse ciertas situaciones de su vida personal y piensa: “Hace días mamá me regaló un diario diciéndome: «Hija, como sé que tienes secretos..., esto es para que escribas todo lo que te pasa». Pero en realidad intuí que mi mami estaba pensando: «Esto es para que escribas todo lo que no te atreves a escribir en Facebook ni a contarme y luego yo lo lea... y me entere de cuando dejaste de ser virgen y con quien».

Los diarios deben ser menos llamativos, al menos para que mi madre no los encuentre con facilidad. ¡Pero, no! Este que me regalo mi mamá es amarillo-anaranjado chillón, con rebordes dorados y  tiene bien claro en la tapa: “Mi diario”. Por eso cada mañana, en vez de leer el periódico, mamá lee mi diario. ¡Hasta intenta corregirme la mala ortografía! Así que empecé a utilizar claves secretas. Por ejemplo, al chico que me gustaba y quien vive en Tipuro, lo llamaba “Picanto”, como el auto koreano. Y un día escribí en el diario: Ayer estaba muy nerviosa y “Picanto” me rozó con su espejo retrovisor. Mi madre al día siguiente me suelta como por casualidad:

—Lucía, ten cuidado con los automóviles. Mira que cualquier día de éstos vas a tener un accidente...

Por varios días traté de no escribir nada relacionado con mis amoríos. Por ello escribía en el diario cosas como estas: Tengo más de 20 años y mis amigas queridas me ven esbelta y altísima. ¡Ay…, las quiero mucho!

Color preferido: azul. Signo zodiacal: Leo

Animal favorito: “Secadita” y “Mojadita”, mis tortuguitas. Mejor amiga: Laura.

¡Pero no aguanté mucho! Así que seguí utilizando claves para referirme a mis relaciones con los hombres que me gustan: “Tú no sales de mi cabeza, hago lo posible por sacarte, esto nunca me había sucedido, y ya no puedo vivir así..., ¡maldito piojo!”. Y otro día escribí: “Te necesito, ya no soporto estar así, mi cuerpo ardiente te desea, el sudor recorre mi cuerpo y pienso en ti en todo momento..., ¡desgraciado ventilador!

A lo que una mañana, mi madre me ataja cuando me iba al trabajo y me dice: “Hija, ¿no te pica la cabeza? Mira es una lástima que tu padre no viva con nosotras, pues tu ventilador ya estaría reparado.

“Querido diario: siento que no tengo intimidad, sobre todo ahora cuando mi embarazo está empezando a notarse. Así que he decidido quemarte y afrontar mi situación. Chao”.

 

Crónicas urbanas

Andrés Eloy Ravelo

Nota del autor: Los lugares, personajes y situaciones relatadas aquí, tienen un carácter hipotético. En ningún caso deben ser interpretadas literalmente como hechos de una realidad específica.