domingo, 22 de agosto de 2010

En el supermercado


A la lista que me hizo mi mujer le añadí whisky, soda para el whisky, tequeños para el whisky, ron por si se acaba el whisky. Cuando llegué al estacionamiento del supermercado ubicado en uno de esos centros comerciales de Maturín,  había una cola inmensa de vehículos esperando por un puesto. Y a punto de marcharme, vi a una mujer dirigiéndose a su vehículo. Frené en seco y me dije: “De aquí no me mueve nadie”. Sin prisa, la mujer abrió la puerta del auto, y metió una a una las bolsas revisando su interior, como si no fuera su compra, como si le extrañara ver el paquete de espagueti ahí. 
Ya en el supermercado, tomé un carrito para hacer la compra y me cuestioné: ¿Por qué todos los carritos tienen una hoja de repollo? ¿Es que hay un grupo de empleados que las van colocando por la mañana? Y más preguntas: ¿Por qué siempre me toca un carrito con las ruedas jodidas? ¿No sería mejor reciclar el grupo de empleados “repolleros” a mecánicos reparadores de carritos?
Así comenzó mi calvario, al percibir que el carrito escogido tenía vida propia. ¡Y es que tomaba sus propias decisiones!: Quería yo ir a la derecha, él se empecina en girar a la izquierda. Resignado, fui a la izquierda, total tenía que ir a la sección de café y el arroz. Pero de pronto  el carrito cambió de opinión y se paró. No quería andar el muy condenado y parecía estar atornillado en el piso. A duras penas conseguí empujarlo, pero esa vez se inclinó a la derecha, para embestir contra los estantes de las toallas sanitarias, y cayeron varios paquetes de toallas con alas. Me resultaron burlonas las risas de un grupo de damas cercanas.
Avergonzado, me fui sin el whisky a las cajas de pago. En mi camino por uno de los pasillos y frente a mí obstruyéndome el paso, veo a una familia entera, cuya madre estudia un producto detenidamente, lo compara con la competencia, lo sopesa, analiza ingredientes, fechas de envasado, caducidad, precios. ¿Pero qué diablos mira tanto? ¿Prepara un informe? ¿Será fiscal de precios? ¡Pero si sólo es un paquete de arroz! El marido está a punto de soltarle la segunda cachetada al niño de seis años que llora por un chocolate que regalan con un envase de cereal. La hija de 18 años, viste con pantalones negros talla 32 a punto de estallar. Topless que apenas contienen a unos desproporcionadas senos y dejan ver un ombligo perdido entre cauchitos flácidos. Para colmo, no cesa de aconsejar a la madre: “Compra el arroz pre cocido que es dietético y activa la eliminación de grasas”. ¡Bah.., a ti sí que te eliminaba yo, y a tu padre, y a tu hermano y a la analítica de tu madre… por obstruirme el paso tanto tiempo!, Finalmente llegué a las cajas registradoras. Todas repletas. Hice la cola en una y esperé. La cajera masticaba chicle, hacía bombas, trataba de ofrecer a la clientela una risa que de todas formas resultada muy fingida y era tan lenta que mi presión sanguínea aumentó. En eso una señora, justo delante de mí, dijo: “Oiga señor, ¿podría vigilarme un momento el carrito, que olvidé el perejil?
Y se fue sin darme tiempo de abrir la boca. La cajera se quedó sin cambio. Nos quedamos todos quietos esperando. Siguiente cliente y la del perejil sin aparecer. A un cliente en la caja no le funcionaba la tarjeta, o no había línea, ¡yo que sé! Mientras yo pensaba: “Al Monagas Sport Club ya le habrán hecho dos goles”. Le tocó el turno a la del perejil y no había llegado. Aparté su carrito para chequear mi compra. A mi espalda escuché: “Éste se la da de vivo”. No me di por aludido. En eso, el paquete de papel higiénico que había agarrado para chequear, ¡tenía malo el código de barras! Más espera. Sentí hastío, pagué y me fui viendo de reojo a la del perejil que aparecía con más paquetes. 

Crónicas urbanas

Andrés Eloy Ravelo

Nota del autor: Los lugares, personajes y situaciones relatadas aquí, tienen un carácter hipotético. En ningún caso deben ser interpretadas literalmente como hechos de una realidad específica.

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