domingo, 10 de octubre de 2010

El cuerpo de Estefanía


Miré a Estefanía lanzar con furia su celular una vez haber hablado. La expresión de sus ojos semejaba la mirada de las estatuas perdiéndose en una vorágine de incertidumbre. En ese momento, le hubiera gustado sentir algo distinto a ese atosigante deber moral de rendirle cuentas a su esposo de su andar por esta vida. Y me vio con un dejo de angustia y de malicia. Porque minutos antes, ella disfrutó al máximo de nuestro momento de sexo desmedido, una vez que nos recluimos en un apartamento suyo dispuesto para el descanso de su agotadora campaña electoral, en la cual ella era la candidata con mayor opción a ganar un curul en la Asamblea Nacional.

Aun con el clímax en reposo y en cuestiones de segundos, repaso mentalmente todo lo que hice con ella en la cama y recuerdo  que el cuerpo de Estefanía es fuerte y elástico. Su sonrisa de entrada es una invitación a recorrerlo. Me fascina su vientre aplanado y sus muslos firmes. Desde la cima de sus rosados pezones, disfruté del paisaje que caracteriza su estructura corporal: valles, senderos, recovecos, playas, desiertos, selvas y volcán. Huele a vainilla y ese olor delata sus pasiones. Su cuerpo se clavó de tal forma en mi memoria, que no dejó espacio para olvidarlo.  Y es que me seduce su silueta de niña dicharachera, sin vergüenza de exhibir tanto sus victorias como sus derrotas.

Pero para ella Juan José, su esposo, estaba comportándose muy extraño. Aunque no me lo confesara, a Estefanía eso le irritaba. Como autómata, se paró de la cama y con su blanca desnudez, se internó en el pequeño baño de la habitación donde estábamos. Con sigilo, me acerqué a husmear y la sentí sollozar. “Hablé con Juan José”, me dijo precipitadamente mientras borraba cualquier vestigio de lágrimas en sus mejillas.

-¿Te llamó o lo llamaste?

-¡Me llamó, no seas pendejo! Fue una llamada normal -dijo esto último con una voz cargada de tal pureza, que parecía un piropo.

-Sus llamadas nunca son normales, pero, ¿cuál es el problema con la llamada de Juan José? ¿Te insulta, te amenaza?

-¡Qué va! Es incapaz de algo así.

-¿Piensas hablar de nuevo con él?, dije con algo de celos.

-Probablemente.  Mira, en verdad, no sé, o… sí, en cierta forma. De hecho sí.

-Estás muy metafísica.

-Ah, ya aprenderás a conocerme mejor cuando puedas ser un buen amante, dijo y me miró de tal forma, que estuve tentado a llevármela a la cama otra vez.

-¡Si estás pensando en sexo, olvídalo y te viste para que te vayas!”, me advirtió de improviso.

-Tranquila, mi candidata. Te comportas como si no te hubiera dado gusto lo que antes hicimos. Todavía hay suficiente café. Me quedaré un rato. Pero, dime, ¿qué te dijo tu marido para que te entristecieras y te molestaras a la vez?

-Nada.

-¿Nada y tienes como “frustrechera” encima?

-Es que…, el muy descarado desconoció las encuestas que me dan de primera en las preferencias del electorado. Decidió seguir con su candidatura hasta el final  y  que eso de la unidad era pura vaina inventada por mi comando de campaña para fregarlo a él.

-Umm…, no nos queda otra que negociar con él. En este momento, ¿puedes llamarlo a tu cama? Estefanía me miró de una manera extraña: “Hazme un favor: vete. Mejor: ¡lárgate!”, me gritó sin derecho a réplica.

Crónicas urbanas

Andrés Eloy Ravelo

Nota del autor: Los lugares, personajes y situaciones relatadas aquí, tienen un carácter hipotético. En ningún caso deben ser interpretadas, literalmente, como hechos de una realidad específica.

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