domingo, 5 de septiembre de 2010

Misterio a medianoche


Luego de tres de horas de estarme paseando por Maturín, un par de malandros me dejaron abandonado a medianoche en la vía que conduce a Punta de Mata y se llevaron mi dinero y el taxi con el que me ganaba la vida. Al menos estaba ileso, pero con el pánico chorreándome por todo el cuerpo, pues la noche se presenta oscura y tenebrosa. Exhibo mi pulgar derecho para pedir cola, pero por desgracia ningún vehículo transita a esa hora en la carretera. Nervioso y desalentado, opto por caminar  de vuelta a casa bajo una pertinaz llovizna que amenaza con llegarme a los huesos.

Camino sin descanso y sorpresivamente, la lluvia arrecia de tal modo que apenas alcanzo a medio ver en la distancia. De repente y atónito, distingo en la oscuridad y a pocos metros, como un extraño automóvil con las luces apagadas se acerca lentamente y se detiene frente a mí. Dado mi penoso estado, subo sin dudarlo al vehículo y cierro la puerta con rapidez. Agradecido por el gesto humanitario, volteo mi cabeza hacia el asiento del chofer y pasmosamente, veo que nadie conduce.
Para mi mayor asombro, el vehículo arranca suave y pausadamente. Con dificulta intento ver la carretera y en ese momento recuerdo que más adelante hay una curva muy peligrosa, por lo que temo estrellarme contra alguna tubería de petróleo.

El ruido de la lluvia al caer y las ráfagas  de viento, dibujan un macabro escenario digno de una crónica como ésta. Me acuerdo entonces de rezar ante la angustiosa situación en la que me hallo, pero justo antes de llegar a la curva, aparece una mano huesuda y aceitosa por la ventana del chofer para mover el volante lentamente pero con firmeza. Paralizado del terror y sin aliento, medio cierro los ojos y me aferro con todas mis fuerzas a mis oraciones y también al asiento; inmóvil y muy asustado, veo como la mano entra y sale en cada curva del oscuro camino, mientras la lluvia cae con todas sus fuerzas.

Transcurren así los minutos más desesperantes de mi vida, pero en la primera oportunidad, me bajo horrorizado del vehículo medio detenido y echo a correr por la carretera hasta El Furrial.

Exhausto y todo empapado, entro en una venta de bebidas alcohólicas aún abierta a esas horas, para siquiera relatar a alguien lo acontecido. Pido una botella de ron y todavía temblando, cuento a los allí presentes la horrible experiencia por la que acababa de pasar. Se hace un silencio sepulcral ante el asombro de todos. Parece como si el terror invade sus cuerpos y los mantuviera estáticos mirándome fijamente. Ese estado de expectación en mis interlocutores se prolongó por al menos media hora, cuando al establecimiento entran dos hombres muy mojados. Uno de ellos me mira con suma indignación y en tono molesto le dice al otro:

-Mira Ramón, allí está ese vivo que subió muy fresco a nuestro vehículo averiado cuando lo veníamos empujando hasta acá.

Crónicas urbanas

Andrés Eloy Ravelo

Nota del autor: Los lugares, personajes y situaciones relatadas aquí, tienen un carácter hipotético. En ningún caso deben ser interpretadas literalmente como hechos de una realidad específica.

1 comentario:

  1. Que bueno Andrés, me gustó esta crónica. chévere tenerlas al alcance por aquí. Te confieso que no había leído las anteriores.

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