domingo, 30 de junio de 2013

DON JUAN

El dinero amenazaba con no alcanzar para mucho pero, un tanto resignado, Juan José, con el carrito metálico casi repleto de comida, tuvo que detenerse en una de las diez hileras de personas que aguardaban, impacientes, su turno de cancelar los productos seleccionados para la compra. Ese soleado día, parecía que todos los residentes de Maturín habían ido al supermercado. “¡Ah!, mucha compra compulsiva de alimentos. ¿Será que habrá un golpe de Estado?”, se preguntó tratando de hallar una somera explicación a la gran cantidad de personas que deseaban pagar a las chicas de las cajas registradoras. Era la tarde de un domingo con un sol inclemente en Maturín. Con la resaca que le había dejado el whisky de la fiesta celebrada la noche anterior, su cerebro parecía perdido en el tiempo y en el espacio disponible en su cabeza. Como castigo, su mujer le obligó a hacer las compras del día con el poco dinero que le había quedado, tras haberlo gastado, casi todo, en la celebración. Esperando matar el tiempo, Juan José optó por fijarse en la figura de cada una de las señoras quienes, con hijos, algunas manipulando sus teléfonos celulares o con amigas o familiares, murmuraban en las colas dispuestas en el supermercado para cancelar. Elige observar a un trio de mujeres hablando entre sí. De repente una de ellas se aleja un poco para comprar un artículo del cual se acordó a última hora: ¿Qué hacen tres mujeres reunidas en un supermercado...? Se pregunta Juan José y el mismo se responde: -Se juntan dos y critican a la otra. En eso de vagar su mirada entre las féminas, nota que una rubia descomunal, toda exuberante ella, lo mira, le sonríe y lo saluda afectuosamente desde la fila contigua. “¿Me estará saludando a mí?”, se pregunta entre el desconcierto y el orgullo machista que le caracteriza. “¿De dónde diablos salió esta hermosa hembra?, siguió interrogándose. Al rato termina viéndola familiar y pavoneándose le pregunta: -¿Me conoces, nena? -Así lo creo, ¡eres el padre de uno de mis chicos!-, le respondió la rubia. Juan José se sorprendió mucho y trató de buscar una lógica explicación a tal afirmación, mas al no poder, empezó a volverse loco. A estas alturas de su vida, ya casado con tres hijos y que venga una desconocida a decirle eso…era como un balde lleno de agua fría, vertido en esa humanidad suya atormentada por el ratón etílico. De repente, le llega el recuerdo de la única noche cuando le fue infiel a su mujer. Resignado y un poco confundido, le responde a la rubia: -¡No puedo creer que seas aquella mujer quien hizo el striptease en la fiesta de Punta de Mata y... a quien subí a una mesa de billar para hacerle el amor, ante la mirada de todos mis amigos! ¡Chica fuiste el diablo!, y te confieso que jamás he conseguido mujer alguna como tú. ¡Ah..!, ¿pero nunca me dijiste que quedaste embarazada? ¿En realidad eres tú esa mujer? A lo cual ella contesta sonriente: “¡No!, soy Romelia, la profesora de inglés de tu hijo mayor. ¿No te acuerdas de mí, ni del liceo de tu hijo? Crónicas Urbanas. Andrés Eloy Ravelo Nota del autor: Los lugares, personajes y situaciones relatadas aquí, tienen un carácter hipotético. En ningún caso deben ser interpretadas, literalmente, como hechos de una realidad específica.

domingo, 23 de junio de 2013

CARNE A DOMICILIO

Me levanté temprano con el fin de buscar empleo en Maturín. Era obligado hacerlo, so pena de seguir lidiando en la carnicería de mi padre. Consideré viable impactar con los nombres de los cargos descritos en mi currículo, así que los redacté de este modo: Año 2000: “Coordinador Oficial de Movimientos Internos”, eso para referirme a la vez cuando fui portero; 2001: “Distribuidor Interno de Recursos Humanos”, cuando fui ascensorista en un edificio de Puerto La Cruz; 2002: “Especialista en Logística de Documentos”, o mensajero en la Gobernación de Monagas; 2003: “Especialista en Logística de Alimentos”, cuando fui mesonero en un hotel de Carúpano; 2004: “Distribuidor Geográfico Poblacional”, por mi trabajo como ayudante del chófer del bus que cubría la ruta La Puente-La Cruz, en Maturín y desde el 2005 a la fecha: “Coordinador Independiente de Flujo de Actividades o Free-Lance”, para decir que estoy disponible, en la vagancia. -¡Miguel, anda a llevarle el pedido a la Lolita!-, interrumpe papá. Agarro el pedido, me monto en mi bicicleta y parto rumbo a la dirección especificada. Caía una llovizna pertinaz sobre Maturín, por lo que tuve que saltar varios charcos, esquivar algunos otros para no ensuciarme. En realidad, no me gusta dejar carne a domicilio. Me da pena. La novia que tenía antes se burlaba de mí. Por eso terminamos. ¿Por qué se le ocurrió a papá la brillante idea ésta de: "Entregamos en su domicilio a la hora que lo necesite" La llovizna no cesaba. No importa, son sólo unas pocas calles. Papá dice que la “Lolita” es la querida de un militar. Tuve un poco de curiosidad. Al llegar a su casa, con recelo recuesto mi bici en la fachada. Se oye música colombiana a todo volumen. Ya adentro, distingo al fondo la adolescente silueta de la “Lolita”. Es toda carne oliendo a ron sin filtrar. Trae encima una bata muy corta que no cubre del todo su ropa interior. Sus largas piernas se apoderan de mis pupilas y no atino a ver nada más, ni siquiera puedo cerrar la boca. Comienzo a decir algo por pura intuición, creo, o sólo porque es lo único que se me ocurre. Ella me hace un guiño que presagia una entrega amorosa de ambos y justo cuando eso va a ocurrir, en el oscuro marco de la puerta de entrada, aparece la enorme figura del militar para decir: “¡Muchacho deja la carne y lárgate!”. Luego me ataja y dice: ¡Espera! No te había visto antes por aquí. ¿Vendrás siempre a traer carne? Ummm… Eso no me gusta mucho. Mis respuestas quedaron aglutinadas en el corazón, el cual latía aceleradamente. Salgo muy asustado y sin cobrar, prometiéndome no seguir repartiendo carne a domicilio. Crónicas Urbanas. Andrés Eloy Ravelo Nota del autor: Los lugares, personajes y situaciones relatadas aquí, tienen un carácter hipotético. En ningún caso deben ser interpretadas, literalmente, como hechos de una realidad específica.

miércoles, 19 de junio de 2013

UNA LLAMADA DESESPERADA

Julia tenía un año divorciada. Vivía en Temblador y pensó que ya era tiempo de acabar con la abstinencia sexual que había mantenido por respeto a sus padres. Con una sensación de libertad nunca antes sentida, vino a Maturín para descubrir nuevas emociones. Le costó mucho conseguir hospedaje en un hotel, ante la serie de reservaciones confirmadas en esos hoteles por la fanaticada del torneo internacional de fútbol, Copa América, que se disputaría en la ciudad. Una vez haberse registrado en el lobby del hotel, subió al ascensor para ir a la habitación asignada. -¡Qué patético, cómo hay fotos del comedor del hotel en este ascensor! ¿A quién se le ocurre semejante cosa? Pues tiene que ser a la mujer del dueño-, exclama ante la sorpresa del botone que la acompaña. Al estar ya sola y tirada en la cama de la habitación, decide llamar a una de esas empresas de acompañantes, de las que publican información, especialmente para hombres, en algunos diarios de Maturín. Entre los avisos encontró uno que ofrecía el servicio masculino y en especial le llamó la atención porque estaba firmado: “Furia Erótica”. Tuvo el impulso de llamar de inmediato, pero la secuela de temores generada por sus prejuicios morales la hicieron dudar. Dio varias vueltas a la habitación acabando con los caramelos de cortesía. Después de analizar con cuidado el aviso, decidió llamar… Tomó el periódico en sus manos, -que temblaban y sudaban por la expectativa-, levantó el auricular del teléfono y marcó el número que indicaba el aviso. -¡Hola!-, contestó un hombre con una sensual voz. -¡Hola!, entiendo que sabes de masajes y la verdad es que necesito que vengas a mi habitación y me des uno urgente... ¡No, espera!, en realidad lo que quiero es ¡sexo! Tengo un desespero por tener una larga sesión de sexo salvaje, ¡pero ya! Estoy hablando en serio. Deseo que dure toda la noche y estoy dispuesta a participar en variadas y atípicas posiciones..., y si eso tiene un nombre que puedas pronunciar, ¡yo quiero hacerlo! Trae toda clase de implementos, accesorios y juguetes para mantenerme despierta ¡toooda la noche...! Quiero que me inmovilices y que me llenes el cuerpo con miel, para después lamérmelo con la lengua o con lo que tú quieras. ¿Qué te parece? -Pues la verdad suena fantástico..., pero señora, para hacer llamadas externas, primero necesita marcar el nueve y esperar el tono...-, le responde uno de los recepcionista del hotel. Crónicas Urbanas. Andrés Eloy Ravelo Nota del autor: Los lugares, personajes y situaciones relatadas aquí, tienen un carácter hipotético. En ningún caso deben ser interpretadas, literalmente, como hechos de una realidad específica.

martes, 11 de junio de 2013

EL MILAGRO

Ante el desconsuelo que lo embargaba por no haber sido seleccionado para formar parte del equipo que representaría a Monagas en las competencias nacionales de salto ornamental, Alberto decide demostrarse a sí mismo que realmente estaba preparado para la ocasión. Y esa noche, de manera furtiva, el clavadista se introduce en las instalaciones de una piscina pública de Maturín, con miras a ejercitarse un poco e intentar demostrarle a su entrenador que tiene las condiciones físicas y la pericia necesaria como para merecer una medalla dorada. Momentos antes y por el camino, su mente aún reproducía las imágenes de la película de nuestro Señor Jesucristo que Adelaida, la compañera de clase por quien Alberto suspiraba, le obligó a ver en la tarde, muy a pesar de saber que él había sido criado como ateo, por lo que el chico no prestó la atención requerida al film. La brisa parecía estacionaria. No se oían los acostumbrados grillos y el olor a cloro era el acostumbrado. Las luces de la piscina estaban totalmente apagadas, mas la noche gozaba de una luna nueva, proyectando la claridad suficiente como para que Alberto se animara a ejercitarse. Presuroso, se quitó su ropa y en calzoncillos subió al trampolín más alto y antes de llegar al borde, optó por darle la espalda a la piscina. Ya al filo de la rampa y haciendo de ese momento el acto más solemne de su corta existencia, extendió sus brazos en cruz dispuesto a concentrarse en el salto. Estando en esa posición notó que su silueta se proyectaba en una pared cercana, haciendo de su sombra una representación similar a la de nuestro Redentor crucificado. Ante tan sorprendente escena y con una devoción extraña en él, Alberto decide arrodillarse para exclamar lo siguiente: “Dios, ¡por favor!, te ruego que entres a mi vida para disipar todas estas dudas que me atormentan y para que me ayudes a ser mejor persona para la sociedad, mejor hijo para mis padres, mejor amigo de todos, a ser más tolerante con mis hermanos, a tenderle la mano al prójimo y a ser un mejor deportista”. De súbito las luces se encendieron. Asustado y un tanto cegado por el estallido de luminosidad que irrumpió en la estancia, Alberto echó su mirada al vacío para ver y escuchar como un vigilante lo increpaba por estar subido en lo alto del trampolín. En eso el joven nadador pudo percatarse de que habían vaciado la piscina para hacerle mantenimiento. Crónicas Urbanas Andrés Eloy Ravelo Nota del autor: Los lugares, personajes y situaciones relatadas aquí, tienen un carácter hipotético. En ningún caso deben ser interpretadas, literalmente, como hechos de una realidad específica.

lunes, 3 de junio de 2013

¡Han cantado bingo!

Recuerdo que, por fin, mucho tiempo atrás, me había animado a entrar a un bingo, de esos “convenientemente” dispuestos en un conocido centro comercial ubicado al noreste de Maturín. También recuerdo que era un viernes al caer la noche y previamente en la mañana, había escuchado mi horóscopo en la televisión, el cual me anunciaba que esa fecha sería mi día de suerte. Andaba corto de dinero y por ello me senté en una mesa redonda a probar mi suerte astral. Al comprar uno de los cartones y tras anotar un par de veces, aprecié con estupor que cantaban números muy cercanos a los pintados en mi cartón. Los míos parecían pasar desaparecidos. “¡Línea...!”, gritó de pronto una señora entre un grupo de damas que sobresalían por dicharacheras. Eso de línea consistía en recibir un dinero extra por haber tenido la suerte de pegar cinco números en una misma hilera. ¡Bah!, un señuelo más para gente inexperta, como yo. Seguí poniendo atención al juego y hubo un momento cuando pareció que cantaban varios números contenidos en mi cartón. “¡Han cantado bingo!”, dijo de pronto una de las chicas del negocio, confiriéndole el premio a un señor que, según supe más tarde, suele ir casi todos los días a ese lugar. Pasaron seis sesiones de juego sin tener suerte. Pero tenía fe. “Estarás muy intuitivo”, anunciaba el horóscopo. Intenté probar suerte en otra mesa junto a una pareja de ancianos que jugaban muy animados. “Aquí la paciencia ayuda también a tener suerte, mijo”, me dijeron ante un comentario de desaliento que formulé. Eché un vistazo en derredor y me di cuenta que la sala de juego era inmensa. Veía a jóvenes que iban y venían vendiendo los cartones de juego, otros tantos servían comidas y bebidas. Algunos vestidos de negro fungían como personal de seguridad. “Pensamientos positivos”, otra de las expresiones formuladas en mi signo zodiacal. De pronto el centro de la palma de mi mano derecha me picaba y por ello me consideré a punto de pegar un bingo. La tensión aumentó. Me armé de valor y gasté los mil 200 bolívares que me quedaban en una serie completa. Sentí que la suerte me coqueteaba. Los números de mis cartones eran cantados una y otra vez. Un rictus alegre afloró en mi rostro. ¡Parecía increíble! En uno de mis cartones sólo faltaba el número nueve. ¡Uf..!, el corazón quería salir de mi pecho. Daba por seguro los 96 mil bolívares anunciados como premio. Y de pronto: “¡Han cantado bingo!”. El alarido de alegría de una bella joven en una mesa contigua rompió el silencio de ansiedad de todos allí y me sumergió en el más completo desencanto. En ese instante sentí rabia por haber creído en el horóscopo. Crónicas urbanas Andrés Eloy Ravelo Nota del autor: Los lugares, personajes y situaciones relatadas aquí, tienen un carácter hipotético. En ningún caso deben ser interpretadas, literalmente, como hechos de una realidad específica.