sábado, 5 de noviembre de 2011

ELLA SE FUE

Los primeros rayos de sol me despiertan acostado sobre el techo de lo que aún queda de mi casa. Retumban en mis oídos los gritos de un grupo de niños quienes, inocentemente, navegan sobre viejos neumáticos en lo que antes era la calle principal de mi vecindario, la cual junto a las demás vías, se muestran ahora como verdaderos canales de navegación, por cuya superficie, una gélida brisa corre libremente presagiando la llegada de más lluvias. Y es que el agua, ahora domina el paisaje en derredor. Ante esta calamidad, la gente anda como desorientada de un lado para otro, montada sobre cualquier cosa que flote. A medias y boca abajo, se ve la vieja cruz de la iglesia del pueblo. En su incursión abrupta, la corriente entró en el conocido bar de Cipriano Heredia, y arrasó con todas las botellas de licor. Eso si resulta una gran pérdida. El agua también se mostró implacable con la vieja escuela, el club gallístico, el kiosco que misia Genara tenía dos cuadras más arriba, para la venta de empanadas, el sembradío de ocumo chino del Negro Melchor y lo que considero una verdadera desgracia, es la pérdida de varias toneladas de alimentos almacenados en uno de esos establecimientos dispuestos por el Gobierno, para vendérselas, a precios módicos, a los pobres del pueblo.
-Eloisa, ¡mira al Alcalde!, dice Antonieta abrazada a un poste de luz eléctrica, luchando para que la corriente no la arrastrara pueblo abajo. Eloisa, se encontraba junto a ella en la misma situación, y al mirar a la primera autoridad municipal, quien con la camisa arremangada, caminaba con un séquito de funcionarios municipales inspeccionando la situación, comenta: “¡Mijita!, ¿ese hombre ahora es cuando va a hablar con la gente? Para mí lo que está haciendo es campaña, porque nunca se ha ocupado del pueblo.
El par de féminas damnificadas siguen cuchicheando a costa del burgomaestre local. A los lejos se escucha el ruido de un par de helicópteros que sobrevuelan la zona del desastre. Grupos de rescate con vistosas embarcaciones, andan por doquier auxiliando a las personas. Pero, al analizar mi situación, reconozco que nada queda en mi vivienda. Y lo poco que el agua no pudo arrastrar, está inservible, empezando por mi ropa interior que ayer recuperé, cuando un par de ladrones la hurtaban del fondo de mi casa. De súbito, una mezcla de melancolía y desconcierto me invadió. Está bien que en mi discusión con mi mujer, yo, producto de mi enfado, le había gritado que no la quería ver más en mi vida. Pero Diosito…, la cosa no era como para que fuera ella la primera en ser arrastrada por la enfurecida corriente de agua que, desde el cerro de atrás y en cuestiones de segundos, cayó y entró a mi hogar llevándose casi todo a su paso.

Crónicas urbanas

Andrés Eloy Ravelo

Nota del autor: Los lugares, personajes y situaciones relatadas aquí, tienen un carácter hipotético. En ningún caso deben ser interpretadas, literalmente, como hechos de una realidad específica.

domingo, 15 de mayo de 2011

Un empleo así


Manuel, quien era un respetado contratista de Maturín, se sentía sumamente preocupado. No era para menos. Su único hijo varón había terminado muy tarde el bachillerato y asomaba ya su decisión de no querer seguir estudiando. Sólo prometía quedarse en casa eternamente “hasta cuando pase el cansancio escolar”. “¡Ah!, ¿no quieres estudiar? Bueno yo vagos no mantengo, así que es hora de que te vayas a trabajar”, le dijo un día a su hijo.

Dada su trayectoria de influencias entre personeros de la política regional, Manuel decide recurrir a varios “amigos” para conseguirle un empleo a su hijo, mientras éste se animara a estudiar alguna carrera en la universidad.

-¡Aló, Betancourt!, ¿te acuerdas de mi hijo? Bueno ya terminó el bachillerato y por ahora no quiere estudiar nada. Te llamo a ver si me le consigues un puesto en cualquier dependencia, mientras él decida volver a estudiar. Te pido que sea lo más pronto posible, para evitar que siga vagando por la casa-, le pide Manuel a uno de sus contactos gubernamentales.

A los tres días llama Betancourt: "¡Manuel, ya está! Secretario privado del presidente del Instituto. Ganará tres mil 800 bolívares al mes, con cesta ticket y todos sus beneficios. ¡Creo que no estarían mal!, ¿te parece?”

-¡Es una locura!, él recién empieza y debe hacerlo desde abajo, por lo que con mucho dinero se hace peor.

Dos días más tarde vuelve a llamar Betancourt y le informa:
“Manuel, ya lo tengo. Le conseguí un cargo de asistente de un diputado. El sueldo es más modesto, casi tres mil bolívares al mes”.

-¡No, Betancourt!, No quiero que la vida se le haga tan fácil de entrada. Quiero que sienta la necesidad de estudiar, ¿me entiendes?

Una semana había transcurrido cuando Betancourt llama de nuevo a Manuel, quien da muestra de desespero al ver a su hijo todo el día durmiendo en su casa.
“Manuel, ahora sí: Asesor de Recursos Humanos en una empresa subsidiaria del gobierno. Claro que el sueldo es apenas dos mil 250 bolívares al mes”.

-Pero Betancourt, ¡por favor!, consíguele al muchacho algo más modesto. Pudiera ser mil al mes, cuanto mucho.

“¡No!, eso es imposible Manuel. Porque esos cargos son por concursos y piden un currículo con título universitario, preferiblemente con postgrado en el exterior, que sepa inglés, con conocimiento de word, excel, power-point y experiencia laboral comprobada. Mira, lo que me pides es muy difícil Manuel, porque empleos así… no se encuentran de manera fácil, mucho menos en el gobierno, donde además, los sindicatos están vigilantes.

Crónicas urbanas

Andrés Eloy Ravelo

Nota del autor: Los lugares, personajes y situaciones relatadas aquí, tienen un carácter hipotético. En ningún caso deben ser interpretadas, literalmente, como hechos de una realidad específica.

domingo, 20 de febrero de 2011

Pasión atrasada


-Oscar, hacía tiempo que sentía la necesidad de confesarte cuanto te deseo.

-Hilda, también te he deseado mucho desde hace años. Mira, aprovecho la ocasión, ahora cuando nos han dejado solos en esta plaza de Caripito, para decirte que eres la fuente principal de todos mis sueños y cuando pienso en el deseo, entonces es a ti a quien mi carne busca.

-¡Ay, Oscar, no contaba con eso! Hace años que daba todo por sentir esas manos tuyas en mi cuerpo. Se me hacía agua la boca sólo en pensar que tú, de un momento a otro, podría enredar tu dedos en mis vellos y...

-¿Y...?

-Bueno ya sabes... esos detalles que hacen que una mujer de mi edad, vuelva a vivir la intensidad de un amor a veces turbulento, a veces tan fuerte, cual caballo desbocado, que origina en mí los más sublimes suspiros de éxtasis.

-Hilda, mira son muchos los años que por timidez, cobardía o falta de interés de ambos, no habíamos materializado este amor que nos consume por dentro.

-¿Qué propones al respecto?

-Se me antoja que debiéramos hacer, hoy mismo, un tour por algunos automoteles para conocer esos sitios y así, apagar esta llama de pasión que amenaza con carbonizarnos. ¿Te imagina yendo rumbo al motel ubicado vía Caripito, o entrando en el otro vía al sur, o regodeándonos en uno que hace años funciona cerca de Boquerón, fundiéndonos de amor allí y haciendo lujurias toda la noche?

-¡Huy..., Oscar, todavía se me sonrojan las mejillas...! ¡Aaahh..., pero esta vez te diré que sí. ¡Ya basta de miedo y del “qué dirán”!. ¿Tendremos que alquilar un taxi?

-Ummm..., supongo, pues acuérdate del impedimento que tenemos para conducir vehículos. Pero eso no importa, lo primordial son las “cositas ricas” que vamos a hacer en las habitaciones...jajajajajaja...

-Oscar, Oscar... ¿acaso no escucha por tu oído derecho? Te pregunté ¿qué piensas hacerme en esos moteles?

-¡Mujer..., arrancaré de tu garganta los más agudos gemidos de placer! No te daré tregua, pues haremos el amor una y otra vez hasta el cansancio. Comenzaremos por aquellas caricias y fantasías que siempre hemos querido hacernos. Salpicaré tu ser de todo mi ímpetu pasional, pues besaré cada rincón de tu cuerpo, me convertiré en el rey de tus sueños más eróticos y además, seré...seré...el...

-¡Hey, señor Oscar, doña Hilda! Ah, otra vez este par de viejitos escapándose del grupo. En cualquier momento el autobús los deja y no podrán volver al Club de Abuelos. ¿De qué hablaban?

-¡De Chávez, mijita, de Chávez!

Crónicas urbanas

Andrés Eloy Ravelo

Nota del autor: Los lugares, personajes y situaciones relatadas aquí, tienen un carácter hipotético. En ningún caso deben ser interpretadas, literalmente, como hechos de una realidad específica.

domingo, 13 de febrero de 2011

Por amor a Gertrudis


Esa mañana entré a uno de esos establecimientos de comidas rápidas que hay en Maturín, con la intención de comer algo. Ya sentado en una mesa, observo que una pareja de ancianos entran muy resueltos para ordenar una hamburguesa con papas fritas, un refresco y un vaso adicional. Interesado, veo como luego el anciano divide la hamburguesa por la mitad y cuenta las papas fritas: una para ella, una para él, otra para ella y otra para él, hasta dividirlas por igual. Después, el abuelito llena el vaso vacío con la mitad del refresco y empieza a comer, mientras su anciana esposa lo observa con sus manos temblorosas puestas sobre su regazo.

Intrigado, me acerqué a los ancianos y les pregunté que si no les importaría que les comprara otra hamburguesa, y así no tendrían que dividir esa. "Nosotros llevamos 50 años de casados y cada cosa siempre la hemos dividido por la mitad, señor", el viejo replica. Observé que tenía bastante prisa por terminar de comer, por ello le comenté: “Veo que come usted muy rápido”.

-Es que mi mujer no le gusta comer fuera y siempre espera a que yo termine para llevarse la comida al asilo. Hoy es su cumpleaños y le regalé este libro de historia.

-¡Pero si es un libro de sexo!-, advertí

-Por eso, mijo, ya para nosotros el sexo es historia.

También me contó que su mujer llevaba algún tiempo en ese asilo, de donde la saca todas las tardes con el permiso del director, para cenar juntos. Mientras acababa de comer, le pregunté si ella se alarmaría en caso de que él faltara algún día a su habitual comida vespertina.

-No, ella ya no sabe quién soy. Hace cinco años que no me reconoce-, me dijo. Entonces le pregunté extrañado: “Y si ya no sabe quién es usted, ¿por qué esa necesidad de sacarla y estar con ella todas las tardes?

Sonrió y dándome una palmadita en el antebrazo derecho, me dijo: -"Ella no sabe quién soy, pero yo todavía sé muy bien quién es ella". Tuve que contener mis lágrimas y pensé: "Esa es la clase de amor que quiero para mi vida. El verdadero amor que no se reduce a lo físico ni a lo romántico. Que es la aceptación de todo lo que el otro es, de lo que ha sido, de lo que será y de lo que ya no es. ¡Es la clase de amor que anhelo!

Ya cuando se iban, la anciana me sorprende al preguntar a su compañero: “Señor, ¿cómo se llama ese alemán que me esconde las cosas y me vuelve loca en el asilo? Y su anciano esposo contesta: “Alzheimer, Gertrudis, Alzheimer”.

Crónicas urbanas

Andrés Eloy Ravelo

Nota del autor: Los lugares, personajes y situaciones relatadas aquí, tienen un carácter hipotético. En ningún caso deben ser interpretadas, literalmente, como hechos de una realidad específica.