sábado, 30 de noviembre de 2013

ESCAPE FRUSTRADO


Esa madrugada, Rogelio, alias “El Kiko”, de un tenebroso y angosto túnel perforado en la tierra, emergió de súbito a la superficie de un terreno boscoso y un tanto anegadizo tras la fuerte lluvia caída.
“¡Estoy libre!”, se dijo a sí mismo, mientras sacudía porciones de tierra arenosa de su vestimenta.
En ese instante sintió una brisa helada y escuchó el batir de las ramas de los árboles cercanos. Lentamente alzó su vista y lo que sus ojos vieron, lo dejó petrificado en el sitio.
Como a 20 metros de donde él se encontraba, flotaba la imagen de una mujer envuelta en una sábana blanca. Su pelo oscuro devorado por la noche, le caía cual cascada en sus hombros, contrastando con su pálida tez. Detrás de ella parecía haber un remolino de viento que torcía las ramas de los árboles y, ni siquiera, se escuchaban los grillos nocturnales y el habitual croar de las ranas. Era un silencio sepulcral que producía un pánico inmenso en “El Kiko”, terror que se intensificaba por la gélida mirada del raro espectro sobre el despavorido hombre, quien por ello, decide renunciar a su intento de fuga y devolverse por el estrecho túnel que había cavado cinco meses atrás.
De nuevo en su celda, tapa presurosamente el agujero abierto en el piso cerca de la poceta y se sienta, aún temblando, en la cama. Toma una biblia del suelo y la abre aleatoriamente. Decide leer parte de su contenido, y entre fumadas de tabaco y ataques de una incesante tos, le sorprende el amanecer haciendo conjeturas de lo sucedido.
Pasaron seis meses, cuando “El Kiko” recibe una carta de su mujer, quien reside en Cumaná: “Querido Rogelio, me alegra mucho que hayas decidido no escapar de la cárcel en Maturín. Por aquí estamos bien, pues decidí mandar a los niños a vivir con tu tía Dolores. Además, di a luz a quien la gente llama un bebé de probeta. ¿Será porque “probé con tantos” que no sé quién es el padre? Te cuento que hace tiempo terminé el curso de magia y me gradué con todos los honores. Pero también te digo que decidí irme a vivir con tu pana “El Tuerto”, por eso agarramos el botín que ustedes robaron al banco y nos vamos para Miami. Nota: ¡No vas a creer la cara de loco asustado que pusiste esa noche cuando hice mi truco de la mujer flotando! Quería darte una sorpresiva bienvenida a la libertad, pero tú, inexplicablemente, decidiste volver a la cárcel. Concluí que no querías estar conmigo, así que te deseo una larga reclusión. Lamentarás, al volver intentar escapar, que yo no esté allí para apoyarte. Chao amor”.

Crónicas Urbanas. Andrés Eloy Ravelo Nota del autor: Los lugares, personajes y situaciones relatadas aquí, tienen un carácter hipotético. En ningún caso deben ser interpretadas, literalmente, como hechos de una realidad específica.

sábado, 16 de noviembre de 2013

EL PESO DE LA ORACIÓN


Tomás estaba entusiasmado frente a su bodega lanzando al aire sus cohetes y demás fuegos pirotécnicos, para así sumarse a la celebración de las fiestas patronales de Jusepín, su pueblo natal situado al noreste del estado Monagas. Las festividades se iniciaron en la mañana con una misa de acción de gracias, a la que el pequeño comerciante acudió, rezó, comulgó y reservadamente, dio un pequeñísimo aporte al momento de la recolección de ofrendas al Señor.

Una vez dentro de su negocio y detrás del mostrador en amena charla con uno de los adinerados del poblado, Tomás tuvo la visita de una mujer pobremente vestida, con un rostro mezclado entre tristeza, dolor, angustia y hambre, quien con humildad y previamente explicando que su marido estaba muy enfermo, que al conuco le cayó una peste y que sus siete hijos morían de hambre ante la falta de alimentos, preguntó si podía llevarse algunos víveres a crédito.

-¡Está loca!, no puedo darle las cosas así, pues usted no tiene crédito en esta bodega, así que le pido que salga de mi negocio-, exclamó Tomás.

-¡Por favor señor, se lo pagaré tan pronto como pueda!-, responde la humilde mujer.

El cliente adinerado intervino a favor de la señora, y le dijo a Tomás que le diera las cosas que la mujer necesitaba, que él pagaría la cuenta. Un poco malhumorado y con recelo, Tomás preguntó a la mujer si tenía una lista de compras, a lo que ella respondió afirmativamente.

-Bueno, ponga su lista en esta balanza y lo que pese se lo daré en alimentos-, argumentó Tomás.

La mujer titubeó por un momento y cabizbaja, buscó en su cartera un pedazo de papel, escribió algo en él, lo dobló y triste aún, lo puso en la balanza. Tomás y el cliente quedaron pasmados del asombro, cuando el plato de la balanza donde estaba el papel bajó bruscamente y se quedó así. El cliente se alegró cuando Tomás comenzó a poner comestibles en el otro plato de la balanza, que por más alimentos que agregará el comerciante, no consiguió alzar la lista depositada en la balanza, por lo que Tomás agarró el pedazo de papel y lo miró con mucho más asombro al leer la supuesta lista de compra convertida en una oración: “¡Querido Señor, tú conoces mis necesidades. Voy a dejar esto en tus manos!”.

Una vez haber salido la humilde mujer con los comestibles, Tomás quedó pensativo, recordando su mañanera incursión en la iglesia del pueblo, hasta el momento cuando el cliente murmuró:
“Ahora sabemosTomás, cuánto pesa una oración”.

Crónicas Urbanas. Andrés Eloy Ravelo Nota del autor: Los lugares, personajes y situaciones relatadas aquí, tienen un carácter hipotético. En ningún caso deben ser interpretadas, literalmente, como hechos de una realidad específica.