domingo, 4 de agosto de 2013

VIDA: ¡HICISTE FALTA!

En aquellos días de mi intensa convalecencia, mi esposa, por una semana, tuvo que viajar inesperadamente a Anaco, estado Anzoátegui. Eso me inquietó un poco, sobre todo con la rutina que cumplía yo, de las terapias de equilibrio que el médico me recetó hacer tres veces al día, producto de la repentina enfermedad isquémica que padecía, pero al final concluí que podría resolver, yo solo en casa, mi estadía. Confieso que al principio me dio temor, pero así, me armé de valor y preparé un riguroso programa de tareas para saber exactamente lo que haría con respecto a cocinarme mis comidas. ¿Por qué las mujeres hacen que el trabajo doméstico parezca tan complicado, si en realidad es mínimo el tiempo que se le debe dedicar? Pienso que todo es cuestión de organizarse. Lunes: Cené con un bistec y casabe. Para crear un ambiente agradable, puse en el mesón de la cocina un bonito mantel floreado que ella tenía desterrado en el closet principal. Luego bebí jugo de naranjas y comí lechosa de postre. ¡Ah!, no me había sentido tan a gusto en mucho tiempo atrás. Martes: Reajusté el programa, por lo cual preparé jugo de naranja para dos días, así reduje la frecuencia de lavado del exprimidor. Hacer arepas fue engorroso: por más que lo intentaba, no quedaban redondas y había muchos corotos por lavar. Decidí calentar unas salchichas junto con una sopa de pescado que me había dejado lista, lo cual representó una olla menos que lavar. No barrí todos los días como quería “Vida” (mi esposa), sino una vez a la semana. Miércoles: Empecé a creer que los quehaceres domésticos llevan más tiempo del imaginado. Y reconsideré mi estrategia. Primer paso: compré afuera la comida; así no perdía tanto tiempo cocinando. Consideré innecesario hacer la cama todos los días y menos si iba a acostarme en ella todas las noches. Jueves: ¡No más jugo de naranja! Descubrimiento: conseguí salir de la cama casi sin desarreglar las sábanas. Consideré absurdo usar un plato limpio en cada comida. Lavar los platos tan a menudo me puso nervioso. Nota: Salchichas en el almuerzo y en la cena. Viernes: Ummm…, comer las salchichas más de dos días seguidos me causó nauseas. Me di cuenta que podía tomar la sopa directamente de la olla. Sabe igual y no hace falta usar platos hondos ni cucharas. Nota: tuve que prescindir de las latas; el abrelatas se ensucia. Sábado: Sin querer dejé caer al piso unas migajas de pan canilla que compré y me autoreprendí. ¡Qué curioso!, de pronto me di cuenta que mi mujer a veces me habla así. Hoy me tocó afeitarme, pero no tuve la menor gana de hacerlo. Estaba muy nervioso. NOTA: Comí directamente de la nevera. Domingo: Me sentí débil, desanimado y con mal humor. Se me empañaba la vista. La telenovela que solía ver con mi esposa ya no me resultaba interesante. Para colmo, el hambre arreció y al ver los corotos sucios, me aterraba asomarme al fregadero. En un esfuerzo de conservación, salí, casi a rastras, en busca de un buen restaurante. Después de comer allí, me hospedé en un hotel del centro de Maturín, cuyo cuarto asignado estaba limpio y muy acogedor. Así encontré la solución perfecta para mantener la casa impecable. Me pregunté: ¿alguna vez mi esposa se le ocurrió hacer lo mismo? Crónicas Urbanas. Andrés Eloy Ravelo Nota del autor: Los lugares, personajes y situaciones relatadas aquí, tienen un carácter hipotético. En ningún caso deben ser interpretadas, literalmente, como hechos de una realidad específica.